La clave

'I love Amsterdam'

JUANCHO DUMALL

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El enviado especial de este periódico a Ucrania, Marc Marginedas, pudo contemplar la mañana del sábado restos de cadáveres del Boeing 777 malasio derribado por un misil dos días antes, así como pertenencias de los desventurados pasajeros diseminados por los campos que rodean la localidad de Grabovo. Pudo, por ejemplo, fotografiar una camiseta con el logo universal del corazón rojo para expresar el amor por una ciudad. I love Amsterdam. Esa prenda, seguramente adquirida por alguien, tal vez joven, como un gesto de alegría de vivir, nos muestra el rostro más humano de una tragedia convertida por los actores político-militares de la crisis en un siniestro juego de acusaciones mutuas, ocultación de pruebas y toneladas de cinismo.

Las familias y los allegados de las 298 víctimas en este atentado terrorista --término que, no por casualidad, se ha utilizado poco en este caso-- han sufrido en primer lugar la desaparición absurda, brutal, de sus seres queridos y después el dolor de contemplar la macabra exhibición de inoperancia a la hora de devolver un mínimo de dignidad a los fallecidos. Estremece pensar en los restos humanos dos días al sol y señalados por los servicios de emergencia con una simple estaca coronada con un trapo blanco.

La comunidad internacional expresa su indignación y propugna una investigación en profundidad. Pero esas grandes palabras de dirigentes como Angela Merkel o Barack Obama llegan a la opinión pública al mismo tiempo que las imágenes de los observadores de la OSCE, rodeados por guerrilleros con pasamontañas y fuertemente armados, que no parecen muy preocupados por el aterrador paisaje de muerte.

Escepticismo

Mientras los analistas se preguntan si el derribo intencionado de un avión comercial provocará una reacción de ¡basta ya! ante Vladimir Putin o si, al menos, servirá para acabar con la guerra callada que Rusia alimenta en Ucrania, existen razones para el escepticismo. Ni siquiera EEUU y la UE han sido capaces de exigir con fuerza la retirada digna de los muertos. Ni siquiera que una camiseta sea devuelta a quienes lloran por un hijo.