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MANEL FUENTES

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Hace tiempo que vivimos instalados en el día de la lotería. Esperamos la cantinela de la suerte mientras repetimos rituales, nos entregamos a la magia y a la superstición y nos arremolinamos alrededor de nuestro boleto y nuestra gente. Como se arremolinan las hojas caídas si el viento así se encapricha. Estamos a merced del viento. Era el soplo del calvo el que nos podía llevar hacia la fortuna, antes de que la publicidad tratara de vender los billetes con dibujos animados y barbudos desanimados como el Manu del año pasado. Siempre fuimos a por el golpe de suerte pero ahora parecemos condenados a él. El 22-D va camino de convertirse en nuestro día de la marmota.

Nuestra deuda pública es del cien por cien del PIB, nuestro sistema de pensiones es deficitario, nuestro paro, altísimo. Nuestro déficit, preocupantemente alto. Pero hemos tenido suerte. Rajoy no ha sido capaz de reconducir la deriva, pero Draghi compra deuda pública y privada sin parar manteniendo artificialmente unos tipos de interés que a la que suban, nos fulminan; el precio del petróleo no se ha recuperado, cosa que nos habría ahogado aún más; la bolsa de las pensiones se está vaciando pero ha aguantado hasta las elecciones. Así. pues, es el azar más que la gestión de nuestros errores y debilidades lo que nos mantiene a flote. Y así seguimos, pendientes del canto de sirena, del soniquete de San Ildefonso y del Dios proveerá.

Las municipales de mayo y las catalanas del 27-S indicaban descontento. Abrían puertas a la revolución más que a la evolución. Al sueño más que a la realidad. A la fantasía más que a la verdad. Banderas y proclamas gozaron de más atención que índices económicos, pero han caído los días y la realidad sigue ahí.

Los viejos y los nuevos

No ha habido ni revoluciones ni evoluciones. Sí, mejores formas y modales, otros talantes y mayor conexión. Pero eso no es suficiente para que todos coman caliente, para que todos alberguen ilusión en labrarse un futuro, para que todos compartan un proyecto común y factible. Ya pasaron las elecciones y pese a los cambios, pese a las subidas y las bajadas, pese a los premios y los castigos, pese a los viejos y los nuevos, muy pocos esperan que España cambie de verdad en cuatro años. Es como si hubiéramos cogido consciencia de que lo de votar no abre la puerta del paraíso y menos sí estamos muy cerca del infierno de los números.

Votar en España parece que es elegir un color, un perfume, unas cortinas para mirarnos la realidad desde la ventana. Salir ahí fuera, arremangarse, cambiar la estructura, decir la verdad y asumir el coste de este trabajo, no parece estar en los planes ni de nuestros políticos, ni de muchos votantes. Seguiremos expuestos al viento, al soplo, a la suerte. Sin jugar a nada. Constatando que hoy ya es nuestro día de la marmota.