Los vecinos habituales de mesa

No mucho tiempo antes de que muriera mi cuñado Néstor Luján, reconocido gastrónomo, nos propuso que comiéramos juntos cada sábado para evitar estar demasiado tiempo sin vernos. Conocía la calidad de la cocinera del restaurante Lázaro. Lamentablemente, los encuentros no fueron tantos como hubiéramos querido, porque Néstor murió. Con la familia, la mujer de Néstor y a veces algunos amigos, he continuado sentándome cada semana en aquella mesa. Los sábados suelen ser tranquilos, y en una mesa próxima a la nuestra siempre encuentro a tres personas, una pareja y la madre de ella, si no me equivoco. Ya hace tiempo que la situación se repite, que nos saludamos y compartimos algún comentario, que con la repetición de la escena tal vez se ha ido alargando un poco. Después de tantas semanas he osado preguntar a Carmen, que nos sirve lo que cocina Fina, el nombre de nuestros vecinos de mesa. Tarín, me ha dicho .

Y hoy , cuando les he dicho adiós y hasta la vista, y he salido a la calle, me he preguntado cómo podía calificar a esas tres personas con las que compartimos tres o cuatro agradables y discretos minutos de pie cada sábado.

¿Amigos? Quizá podríamos serlo, pero todavía no lo somos. Prácticamente no sabemos nada unos de los otros. ¿Conocidos? Sí, claro, nos conocemos, pero solo en el sentido superficial de los verbo «conocer». Los identificamos, nos saludamos cuando entramos en el restaurante y se sientan en su mesa habitual, cercana a la nuestra.

¿Tratados? Mínimamente y solo en unas circunstancias concretas. Fuera del restaurante no nos tratamos. Además, amigos y conocidos son palabras amables, mientras que decir que somos unas personas que se «tratan» es francamente feo. O sea que cuando los vemos entrar en el restaurante -suelen hacerlo pocos minutos después de nosotros- acostumbramos a decirnos «ya llegan». ¿Quién llega? «Ellos». Nos gusta verlos cada semana, a ellos.