Pequeño observatorio

Los sentidos activos y pasivos

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Nuestros ojos son unos instrumentos selectivos. A diferencia del oído, que es una ventana permanentemente abierta a todos los ruidos que se producen a nuestro alrededor. Las orejas no han elegido los ruidos que pueden y quieren oír. Podemos ignorarlos por completo tapándonos los oídos, o alejándonos hasta un punto en el que el sonido no sea audible. En cambio, caminando por la ciudad, me he dado cuenta de que los ojos tienen siempre un objetivo de actuación limitado. Cuando miro el escaparate de una tienda no puedo ver el de otra, un poco más allá.

Dicho de otro modo, el oído es generalista, recoge todo tipo de sonidos, mientras que nuestros ojos son unos instrumentos que captan un espacio limitado. El ruido se extiende, la mirada se concentra. Todo esto es obvio, pero darnos cuenta de esta diferencia nos permite comprender que la poderosa mirada debe someterse a unos límites. Es como el periscopio de un submarino que cuando nos orienta hacia el norte no puede ver qué tiene al sur.

Los poetas han multiplicado los elogios a los ojos. Al lado de referencia literarias, podemos poner los piropos, algunos tan elegantes y creativos como la frase de los hermanos Quintero: «Morena, no cierres los ojos, que irán a acostarse los pájaros creyendo que es de noche». Hay gente que ha abandonado Barcelona y una de las razones que a menudo se ha dado es el exceso de ruido. Una prueba convincente de que el oído no es domesticable, que igual sirve para agobiarse con el tráfico como para escuchar, de forma bucólica, el rumor de la lluvia.

Como es sabido, los sentidos físicos son cinco, y cada uno dispone de una función propia: recibir informaciones del exterior a través de cinco órganos especializados. Un día yo perdí los sentidos, como se suele decir. Y 'resucité' con la impresión de que el primer sentido era el tacto. El sentido más físico, por decirlo así. El de la básica complicidad.