LA CLAVE
Los referéndums que carga el diablo
La misión de Tsipras es renegociar las condiciones del rescate; descargarla sobre los griegos es una maniobra de distracción
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
A Europa le disgustan los referéndums. Razones no le faltan: cuando los gobiernos nacionales han consultado a su electorado decisiones comunitarias, la construcción europea ha experimentado un frenazo. El referéndum danés de 1992 obstaculizó el Tratado de Maastricht, el francés del 2005 dinamitó la Constitución europea y el irlandés del 2008 paralizó en primera instancia el Tratado de Lisboa. La dirigencia comunitaria abortó en el 2011 la idea de Yorgos Papandreu de recabar la opinión de los griegos sobre el plan internacional de rescate, con la que el primer ministro socialdemócrata cavó su tumba.
Los precedentes no resultan halagüeños ante el referéndum anunciado por Alexis Tsipras para que Grecia ratifique o no en las urnas los nuevos ajustes que exigen las tres instituciones acreedoras (antes conocidas como la troika) a cambio de salvar al país heleno de una segura bancarrota. Pésimos presagios para el líder de Syriza, para el pueblo griego y para el conjunto de la Eurozona.
La misión de Tsipras
En tiempos de glorificación de la democracia participativa, alertar de que ciertos referéndums los carga el diablo no es un modo de cosechar aplausos. Pero en este caso hay que tener en cuenta que las elecciones griegas de enero ya fueron en cierto modo "plebiscitarias", por emplear la nomenclatura catalana tan en boga. Al conceder una mayoría casi absoluta a Syriza, abanderada del rechazo a los recortes sociales impuestos sin mesura ni compasión desde el 2009, Grecia habilitó a Tsipras para renegociar las condiciones del rescate. Esa es su misión como gobernante; descargarla de nuevo sobre los griegos es una maniobra de distracción, un trampantojo de apariencia democrática para eludir sus responsabilidades y así evitar que la asunción de nuevos sacrificios rompa su Gobierno y su partido. Ningún prestamista ampliaría un crédito si el deudor no se comprometiese a devolverlo. Si Tsipras no rectifica, aparte de amenazar el futuro del euro, condenará a su país al abismo del impago, la salida del euro, la miseria y el populismo antidemocrático. La historia de Grecia puede acabar como el rosario de la Aurora Dorada.
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