Los que se van, no volverán
Poco a poco, a medida que se despeja la cebolla de sus capas críticas, se consuma la escisión de los sectores soberanistas del PSC, que algunos medios siguen denominando catalanistas como si el resto hubiera dejado de serlo. No se trata de catalanismo contra españolismo, sino de que hay quién ha dejado de ser federalista y se ha hecho nacionalista, a menudo sin saberlo, con el señuelo de la independencia. A los que ya se han ido, se añadirán ahora otros, sin que nadie les haya echado. Cada uno por su cuenta, incapaces de irse juntos, en su particular bote salvavidas hacia otras playas más soleadas.
Primero fueron los capitaneados por Ernest Maragall con su Nova Esquerra Catalana. Entregar a ERC la franquicia de ese noble apellido de la progresía barcelonesa le valió al exconseller un escaño en el Europarlamento. Luego se escindieron algunos integrantes del conglomerado de personalidades denominado Moviment Catalunya, como el exconcejal Jordi Martí, que no supo perder unas primarias abiertas en las que jugó abiertamente la carta independentista. Por cierto, ¡qué nombre más horroroso! Si a alguien se le ocurriera fundar un Movimiento España, no dudaríamos en tacharlo directamente de facha. Casi en el origen del cisma, hay esa acomplejada fracción generacional llamada Avancem, liderada por Joan Ignasi Elena, que abandonó el Parlament, pero que sigue de concejal socialista en Vilanova i la Geltrú. Lo que quiera hacer de mayor es un misterio, pero coquetea con ICV. A todo esto hay que añadir otros apellidos ilustres, como Toni Comín y su asociación Catalunya, Socialisme i Llibertat, que ya ha ofrecido sus servicios a ERC para las municipales de Barcelona. O la exconsellera Montserrat Tura, que llora por las esquinas diciendo que el PSC dejó de ser catalanista un día muy concreto en su pueblo de Mollet porque no la invitaron a compartir tribuna con Ramón Jáuregui.
Pues bien, como el ambiente huele a elecciones, los Nadal, Castells, Geli, Tura, etc., la mayor confederación de egos de la historia de España desde los tiempos de la CEDA (la plataforma que aglutinó a los líderes de partidillos regionales de derechas en la Segunda República), se dispone ahora a hacer algo. Preparan un nuevo partido. La duda es si será una fuerza política para medir su apoyo en las urnas, o un simple palanca de presión para negociar algunos lugares en la lista con ERC al Parlament o de cara a las municipales.
Para los que preferimos la claridad, no es una mala noticia. Lástima que llegue un poco tarde. También para el PSC. Pues con el fin de evitar la marcha de los soberanistas su discurso a menudo se ha desdibujado, sin contentar a nadie. Miquel Iceta no debería correr tras ellos, si no asumir que los que se van, no volverán. Ni seguramente falta que hace.
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