La encrucijada catalana

A los que no entienden nada

El conflicto de Catalunya solo acabará con solución o salida, pero no ahora sino a medio plazo

Oriol Junqueras, Artur Mas y Raül Romeva, en el Parlament.

Oriol Junqueras, Artur Mas y Raül Romeva, en el Parlament. / periodico

XAVIER BRU DE SALA

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Artur Mas ha cometido dos errores de bulto. Es uno de los dos o tres políticos más valiosos de la historia del catalanismo, pero ha cometido dos grandes errores. El primero, el entusiasmo de neófito con que emprendió los recortes. El segundo, no haber fundado un nuevo partido en sustitución del partido de Jordi Pujol. El primer error lo ha rectificado tanto como ha podido, tal vez incluso demasiado. En el segundo persiste. Mas suma como líder. Mas resta por los dos errores. La ecuación Mas president y cero corrupción solo puede ser creíble cara al futuro. Lo que no tienen en cuenta quienes le brindan apoyo incondicional para volver a ser investido es la fractura moral del catalanismo perpetrada por el clan PujolMas va hacia otra parte, pero viene de aquí. Convergència se encalló aquí. La negativa de la CUP se fundamenta en eso, más aún que en los recortes. Los soberanistas que dicen que no entienden cómo se puede dudar de Mas para presidir esta etapa valoran su capacidad política y aquí se plantan. Lo entenderán de sopetón si echan un vistazo al retrovisor. ¿Qué verán? ¿El Sinaí catalán, del que bajamos para llegar al Estado prometido con las tablas de la nueva ley? ¡No! Verán la enorme montaña de la corrupción. No hay que ser muy calvinista para compartir la indignación ante la magnitud de la estafa pujolista a Catalunya.

Aun así, Convergència es el segundo problema del independentismo. El primero es la lectura del resultado del 27-S. Hay mayoría para actuar en el Parlament (actuar, verbo elegido y calibrado), pero no para aprobar ningún tipo de DUI. En los últimos años, el avance social del soberanismo ha sido espectacular. El catalanismo, que mantuvo siempre en estado de larva el deseo de independencia, se ha explicitado. En vez de perder la centralidad, ha ganado votos y adeptos. Pero no ha llegado a la mayoría. La prioridad soberanista, pues, es convencer a más gente para conseguir esta mayoría.

¿Dónde están los votos que le faltan? En la izquierda. O en la izquierda o en ninguna parte. Quizá perderá algunos por la derecha y por el centro, sobre todo si convierte el antifaz de la desconexión en máscara de carnaval. Pero solo puede ganarlos por la izquierda. Los que rechazan todo tipo de Estado propio, una amplísima y respetabilísima minoría, se decantan hacia la derecha a un ritmo espectacular, como confirmará el 20-D. En cambio, de manera opuesta y simétrica, el independentismo vira a la izquierda bajo la idea de la justicia social (que en Europa no es exclusivamente de izquierdas, ni mucho menos, pero que en España parece antisistema). Este doble balanceo, los anti a la derecha y los pro a la izquierda, es la llave que abre las puertas de la luz a los perplejos y a los que no entienden nada.

HACERSE EL CIEGO Y EL SORDO

Quizá no las abre tanto a quienes se hacen el ciego y el sordo para no admitir que el mandato del 27 de septiembre es de pausa. Las urnas han puesto el freno a poca distancia de la cumbre. El resultado aconseja pausa. Media parte, descanso, recapitulación, propuestas, debate de tácticas y estrategias. También preparación, de unos y otros, para lo que vendrá o podrá venir cuando se reemprenda el partido. Pero ahora no es tiempo de enardecerse, y menos de doparse. Junts pel Sí ha interpretado mal el resultado. Paradójicamente, la CUP, que lo ha leído bien, impone una música rupturista, que proviene del campo social, y Junts pel Sí la traslada al nacional. Solo se entiende si tenemos en cuenta que el president Mas convocó el 27-S con una regla de juego estrambótica y no homologable: que se puede ganar un plebiscito sin el 50,01%. Sería un error gravísimo si a partir de la declaración inicial se intentase una doble legalidad, más allá del Parlament.

Si nos queremos orientar en la actual confusión, empecemos por descartar del futuro cercano las cuatro milongas que suenan de manera simultánea. Hagamos caso muy omiso de los cantos que anuncian la repetición de las elecciones. También de la musiquita disonante de la desconexión. Y de una intervención de la Generalitat por la vía del 155 u otra. Y de la posibilidad de referéndum acordado y vinculante. No hay condiciones para que nada de eso ocurra.

En situaciones de tensión puede saltar un chispazo que de repente lo cambie todo. Pero no es racional ni conveniente precipitar el desenlace de este desafío. El primero que acelere, perderá. Y que nadie se preocupe ni se despreocupe, el problema persistirá mientras España no cambie. Concretamente, mientras las mentalidades no se europeicen. Ahora aún no, pero a medio plazo el conflicto acabará de dos formas: solución o salida. Solución significa nuevo pacto con nueva España. Salida es salida. Solución o salida. Pero por ahora, ni una cosa ni la otra.