Los momentos del fútbol y la lucidez de la gestión

MARTÍ PERARNAU

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Los equipos de fútbol son momentos, y no fotos fijas. Solo la memoria, normalmente engañosa, convierte la dinámica corriente de un equipo en un recuerdo estático, generalmente más brillante de lo que fue en realidad. Los equipos se nutren de muchas fuentes para obtener un rendimiento exponencial en vez de aritmético: la fuente más importante son los jugadores, sin los que no hay multiplicación posible. A continuación, el entrenador, que a veces es faro y a veces, sencillamente alguien que se transparenta para permitir que las aguas fluyan río abajo sin trabas. La táctica, la preparación de los partidos, el análisis de los rivales, la convivencia, el estímulo interno, la competencia externa, la pasión en los entrenamientos, todo se aglutina en torno a un concepto: la dinámica del equipo. Jugadores, entrenador y dinámica construyen los momentos de un equipo.

Los momentos del fútbol son como los meandros de un río, van y vienen, buscando el curso más conveniente y no siempre encontrándolo, básicamente porque el rival genera turbulencias y entorpece las dinámicas pretendidas. El Barça atraviesa ahora un gran momento después de haber vivido un mal momento. Está en el terreno de las certezas, después de haber recorrido el de las dudas y los titubeos. Aunque no siempre son los resultados los que definen en qué momento se halla un equipo, influyen poderosamente en ello. Luis Enrique ha dicho una verdad cuando menciona que el equipo es el mismo de la jornada 1, pero ha omitido otra parte de verdad: siendo el mismo equipo, es otro equipo distinto porque los cambios realizados han generado una dinámica totalmente diferente.

En estos seis meses, el entrenador ha realizado innumerables pruebas buscando el rumbo preciso. Y como nos ocurre a todos en tantos otros ámbitos, a veces se encuentra la solución a partir de un conflicto que estalla. Posiblemente no podía existir solución sin conflicto ni estallido. Sin gastroenteritis. Pasar del Barça de los centrocampistas al Barça de los delanteros y entregarle a Messi el timón de la nave podía hacerse mediante transición suave o a través del grito y la bronca. La dinámica provocó que fuera de este segundo modo. Como consecuencia, ya nadie rechista, los balones van directamente a los delanteros, Messi toma las decisiones en nombre del colectivo y las carreras se han convertido en nuevo sello de fábrica. Es más que probable que este rumbo sea el único posible, vistas las realidades que conviven en vestuario y banquillo. Messi está cómodo, Neymar y Suárez se sienten eficaces y Luis Enrique ve jugar a su equipo al ritmo que le palpita el pulsómetro. Todo ello conspira en favor de la coherencia entre los líderes internos y, al fin y al cabo, los centrocampistas se están reciclando sin protestar, por lo que el equipo vive el momento de los puñetazos contundentes.

Y es precisamente en este instante en que todo fluye cuando caber recordar que cualquier momento, por brillante que sea, puede ser pasajero si no se gestiona con lucidez.