La rueda

Los límites del humor

El vídeo de la falsa peineta de Varoufakis desborda las fronteras de la sátira

JOSÉ A. SOROLLA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El caso de la verdadera/falsa peineta de Yanis Varoufakis plantea hasta qué punto el humor, la sátira, ha de tener límites. El domingo 15 de marzo, un programa semanal de la cadena alemana ARD emite un vídeo en el que el ministro de Finanzas griego hace la peineta contra Alemania en un mitin mientras el presentador entrevista a Varoufakis. El ministro asegura que nunca ha hecho ese gesto despectivo, pero no sirve de nada. Al día siguiente, el diario sensacionalista Bild llama «mentiroso» a Varoufakis y hasta el muy sesudo semanario Der Spiegel se cree la historia y asegura que en el vídeo no hay indicios de manipulación. Las redes sociales se encienden y reclaman la expulsión de Grecia de la UE. Cuatro días después, el creador de un programa satírico de la televisión pública ZDF confiesa que ellos han manipulado el vídeo (el gesto lo hace un actor y digitalmente se incrusta el brazo en las imágenes reales del ministro), pero que no lo había dicho antes porque nadie le había preguntado.

El incidente no es inocente en plena tensión Grecia-Alemania y no vale la explicación del humorista de que su programa no es responsable de las desmesuradas reacciones posteriores y que su objetivo era demostrar la facilidad con que se indignan los alemanes por el tema griego. Todo es susceptible de ser sometido a la criba del humor, pero la sátira es legítima siempre que lo parezca o al menos contenga una dosis de caricatura suficiente para que el espectador se dé cuenta. Y si es tan perfecta como para que no se aprecie la manipulación, el juego debe ser desvelado de inmediato una vez conseguido el efecto buscado.

Este tipo de humor tiene una cierta correspondencia en España, donde las emisoras de radio se han llenado de graciosos e imitadores. Estos últimos nunca revelan que lo son. Al principio pueden sorprender, pero la mayoría son tan malos y las cosas que dicen tan burdas que no hay peligro de creerlos.