artículos de ocasión
Los ladrones en el diván
David Trueba
Director de cine
DAVID TRUEBA
La percepción general puede estar mediatizada por la magnitud de los escándalos, pero no va desencaminado quien apunta al robo en España como una deformación de nuestro carácter. Durante décadas hemos visto la indulgencia con la que tratamos la pillería. Nadie roba del todo cuando roba a otro. Se buscan siempre excusas para justificar el acto de quitarle a otro lo que es suyo. Hace poco un amigo cocinero me explicaba la ingente cantidad de ceniceros que robaron en su restaurante en los meses de apertura, hasta el punto de que cambió de modelo por otro bien barato. Pero comensales que podían permitirse una factura rotunda robaban en su local platos, cubertería y sobre todo juegos de tazas de té y café. Asombrado ante la perspectiva que mi amigo me abría, leí un reportaje sobre el robo en hoteles y descubrí para mi asombro que la gente roba las bombillas que quedan a la vista y hasta las pilas de los mandos a distancia.
Empezamos la legislatura sabiendo que el partido en el Gobierno había financiado con dinero negro la reforma de su sede central, junto a la plaza de Colón, dentro de una trama de expolio a través de actos públicos que llevó a su contable a afirmar que poseía cerca de 40 millones de euros en cuentas suizas. En las últimas semanas hemos sabido que la empresa Gowex, que instalaba redes públicas de wifi, desviaba los fondos a Costa Rica hasta hundir las cuentas, que eran falseadas para proseguir el latrocinio. El gerente del zoo de Madrid desvió un millón de euros falsificando entradas. Los subsidios andaluces desembocaron en una cascada de ERE falsos vinculados con altos cargos socialistas. Y Jordi Pujol reconoció haber tenido cuentas ocultas en Suiza durante todos sus años de mandato. De Castellón a Santiago de Compostela, la corrupción política española ha sido noticia internacional.
Pero la política no es un oasis y así monarquía o mundo empresarial han visto a sus líderes gremiales enjuiciados por desfalco. ¿Por qué nos roban los ricos?, se preguntan los españoles de clase media con más curiosidad que sentido justiciero. Probablemente porque se consideran superiores, a salvo de tener que rendir cuentas, distanciados de los servicios públicos, de la identificación con el país; su hombro no se va a arrimar al nuestro. Para algunos es urgente una reescritura del concepto de patriotismo, desvinculado de banderas y mesianismos, mejor circunscrito al cumplimiento fiscal, al rigor contable y a la aceptación de que los que menos tienen merecen una protección. El robo del de arriba en la escala social al de abajo es una huida de la propia responsabilidad, nace de un complejo de superioridad casi racista. No es el rasgo común de debilidad humana del que afana cuando nadie le ve, sino un atisbo de compleja psicología elitista. No es solo delincuencia (pues el delincuente callejero tiene tras de sí una biografía mucho más complicada) sino psicopatía nacional. España necesita justicia, procesos e investigación. Pero lo que necesita es también una tremenda sesión de terapia. Cuando hablamos de los ladrones que roban siendo ricos y afortunados, privilegiados y notables, de lo que estamos hablando es del retraso dramático de una élite destacada del país por decidirse a acudir al diván de un buen psiquiatra.
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