Pequeño observador

Los espejos del pasado y del futuro

La imagen que nos ofrecen no siempre es amable, sobre todo con el paso del tiempo

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JOSEP MARIA ESPINÀS

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Es natural que, en un momento determinado, nos miremos a la cara. El invento del espejo no es uno de esos inventos extraordinarios que han revolucionado la historia. Quizá sí que hay que tener en cuenta la aplicación moderna de los espejos en exploraciones extraterrestres y otros usos especiales. Pero pienso en los modestos espejos que se utilizan como recursos cotidianos.

Podríamos decir que en todas las casas hay un espejo, y que los espejos han sido una pieza lujosa, un mueble importante, también en notables palacios.

Si no me equivoco, en tiempos muy antiguos ya se utilizó alguna piedra que podía ser trabajada para que ofreciera una especie de reflejo. Y aunque el reflejo fuera deficiente, el agua quieta también podía dar una imagen. La literatura también ha hablado de los reflejos del agua, y en el lenguaje metafórico podemos decir que una persona, un escritor, un artista, «se refleja» en otro.

Hay espejos de todas clases y para todos los usos. Pero no siempre resulta amable, sobre todo cuando los años ya se han decidido a pasar por nosotros. No todo el mundo tiene la necesaria serenidad para enfrentarse a ellos comprensivamente. El espejo es un avisador, y no todo el mundo le hace caso.

He dicho «avisador»... No hablamos de estética, ahora, sino de la vida.

EL PERIÓDICO ha explicado que la policía detuvo a un chico que conducía a 260 km/h y al mismo tiempo se grababa. Se filmaba él mismo y dejaba el volante para seguir el ritmo de la música. Sí, todo ello a 260 kilómetros por hora. El espejo había dejado de existir para el temerario: mejor dicho, los espejos, porque el coche llevaba uno a cada lado.

No recuerdo en qué texto castellano se habla del «espejo del alma». No sé si existe este espejo. Pero el retrovisor sí existe. Y pienso que saber, de vez en cuando, mirar al pasado puede ser útil para salvar el futuro. H