La encrucijada catalana

Los dos factores del cambio

Los intereses económicos y los sentimientos colectivos confluyen en el desafío soberanista

XAVIER BRU DE SALA

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Como los individuos, los colectivos. Como las personas, las sociedades. La catalana ha experimentado un doble giro, nacional ante todo pero también social, cuyas causas no se han explicado lo suficiente. Los efectos son evidentes. Del nuevo Estatut al independentismo. Del campeonato de recortes al de la solidaridad, interna y hacia afuera, a ver cómo acogemos más refugiados del drama de Oriente Próximo y Medio. En cuatro días. ¿Qué ha ocurrido? ¿Es la crisis, a pesar de que la vamos dejando atrás? ¿Es la sentencia del Constitucional que recortaba un Estatut ya descafeinado? La crisis ha sido dura y sus efectos destructivos son aún evidentes en términos de sufrimiento y desigualdad, pero el impulso del cambio afecta a la gran mayoría de la sociedad, no solo los que la han sufrido. Observemos, en fin, que la inversión del mapa es sustancial y poco o nada reversible. ¿A qué se debe?

Muy probablemente, los dos factores de cambio más potentes sean los intereses y las emociones. Detectamos los intereses, a veces de una manera nítida y otras a bulto. Las emociones, en cambio, nos gobiernan. Por mucho que cueste de admitir, o que nos creamos sus dueños, las emociones y los sentimientos que originan van a su aire, tanto en las personas como en las sociedades. Son como las larvas dentro de los capullos, que se transforman en secreto, fuera de la luz, de forma inadvertida, hasta que culmina la metamorfosis, aparece la crisálida y a continuación la emoción que era un gusano es ya una vistosa mariposa.

Empecemos por lo más sencillo, que son los intereses. La cuantía de un déficit fiscal excesivo, la discriminación en materia de inversiones y de infraestructuras, así como el ahogo de las finanzas públicas y el escaso desarrollo de un Estado del bienestar que no guarda proporción con la riqueza generada en Catalunya son evidentes. En consecuencia, se ha extendido de forma viral el convencimiento de que mejoraremos con un sistema fiscal en manos propias y una capacidad suficiente para administrarlo. La sociedad se ha convencido de que saldría ganando con lo que llamábamos soberanía y ahora, ante la imposibilidad de incrementarla de manera negociada, es ya la aspiración a la independencia. El control de los propios recursos interesa.

Los intereses son uno de los factores más efectivos de los cambios emocionales, como han descrito los dramaturgos, los novelistas y los etólogos más que los psicólogos. Si los intereses chocan con los sentimientos, primero suelen predominar los sentimientos, pero ante la persistencia de un mismo interés, las emociones se van modulando hasta que cambian, y con ellos los sentimientos, que no son sino emociones cristalizadas. El fenómeno ha operado en la sociedad catalana y podemos predecir, con muy escaso margen de error, que continuará produciendo cambios emocionales en la misma dirección hasta que la causa remita o ceda. Este factor de cambio, el de los intereses y su repercusión en los sentimientos colectivos, es uno de los dos principales.

El otro factor presenta un origen diferente y autónomo, y pertenece por completo a la esfera emocional colectiva. Son los agravios, la desconsideración, las humillaciones, la prepotencia de un poder central que se impone sin sutilezas, a menudo con decisiones arbitrarias. Además de maltratados, los catalanes se sienten poco comprendidos y despreciados. Empezando por la lengua y las instituciones y prosiguiendo por las infraestructuras y en todos los ámbitos de la vida pública. El memorial de agravios del último decenio llenaría muchas páginas. En consecuencia, el convencimiento, en primer lugar emocional y después racionalizado, de que el mal trato no cesará hasta que los catalanes dispongan de un Estado que les vaya a favor, y que ese Estado no es el español tal como lo conocemos. Esta es la corriente general, pero no lo es todo ni es unánime. En una parte significativa de la sociedad operan sentimientos que van en dirección contraria, aunque entren en contradicción con los intereses colectivos (no siempre los personales).

Uno es el temor ante lo desconocido y la actitud cerrada del Gobierno español, los grandes partidos y la opinión pública. El otro, más noble, es el sentimiento de pertenencia. Si el 27-S no gana la independencia, que es lo más probable, sobre todo si la participación es muy alta, deberemos buscar la clave en la persistencia de la identidad española o compartida, tan lícita como explicable. Catalunya fabrica catalanes con parte del combustible aportado por Madrid, sí, pero las cadenas sociales de producción son lentas por naturaleza. Conclusión: el desafío soberanista apenas empieza el 27-S. Solo los ilusos, que cabalgan sueños también legítimos y explicables, pretenden que está a punto de caramelo.