Análisis

Los dos Barças

ERNEST FOLCH

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Hay partidos que se juegan solos y otros que van encadenados. Esta vez, el partido de Vallecas era relevante, más que por sí mismo, por ser una segunda y trascendente parte del choque inquietante de París. Con mucho margen en la Liga y la temporada por delante, lo trascendente contra el Rayo no era el dichoso marcador, sino la reacción del equipo tras el bacatazo ante el PSG.

En París, Luis Enrique había enviado una curiosa señal, no sabemos con qué recorrido, cuando en medio de la tempestad cambió a Rakitic por Xavi, y optó por estabilizar un medio campo perdido y regresó súbitamente al clasicismo. En Vallecas decidió continuar con el esquema de los últimos minutos de París, y optó por agarrarse al trío inmutable Xavi-Busquets-Iniesta, reforzado por una espléndida actuación de la pareja Piqué-Bartra, opciones que priorizan la pelota por encima de cualquier otra consideración.

Tras el primer trompazo serio de la temporada, el entrenador parece haber apartado momentáneamente la vista del futuro y ha girado la mirada hacia un pasado que todavía reivindica ser presente. ¿Se ha dado cuenta el entrenador de que su viaje inicial para evolucionar el patrón de juego era demasiado acelerado y hay que aminorar la marcha?

Lo que parece indudable es que visto en perspectiva, bien sea para escarmentar, bien sea por una pedagogía necesaria, el Luis Enrique de los primeros partidos se vio obligado a hacer política para ganarse libertad de movimientos de cara al futuro: véase Piqué en el banquillo después de la bomba fétida, Xavi marginado tras su inesperada decisión de quedarse o la extraña alternancia entre Bravo y Ter Stegen, que equilibra las prioridades del banquillo con los de la secretaria técnica. Ya se sabe que una alineación es también alta diplomacia, es decir, que debe tener en cuenta factores a corto y largo plazo y debe servir para enviar mensajes dentro y fuera. Han llegado las primeras curvas y da la sensación que el entrenador empieza a reequilibrar sus ideas con la realidad, algo por cierto nada fácil y que lo honora. Por decirlo de manera directa, hoy ya no está nada claro, como vaticinaban unos cuantos agoreros impacientes, que el nuevo Barça de Rakitic y Mathieu vaya a imponerse al Barça clásico de Xavi y Piqué. Cierto, un viejo Barça solo para nostálgicos a estas alturas es un absoluto imposible, puesto que el año pasado mostró claros síntomas de agotamiento, también por culpa de una proverbial inacción desde el banquillo, que ahora por suerte se ha corregido. Porque a Luis Enrique se le pueden reprochar muchas cosas, pero nadie le podrá decir que es inmovilista.

Su último movimiento parece ir en la dirección de hacer compatible los dos Barças, el de ahora y el de antes, a la búsqueda de un híbrido tan difícil como interesante. Los próximos pasos prometen ser apasionantes.