Al contrataque
Los días en suspenso
He visto pozos insondables de aburrimiento y de hipocresía y de pesar comiendo turrón
Milena Busquets
Escritora
MILENA BUSQUETS
Hay días como en suspenso en los que los acontecimientos exteriores, en este caso la Navidad, se empeñan en dificultarnos la vida cotidiana y nos obligan a abandonar nuestras costumbres para plegarnos a otras, más antiguas y multitudinarias.
Son esos días en los que no ocurre nada, en los que se repite con pocas variaciones lo que ya ocurrió en años anteriores o en los que uno decide cambiar de vida.
De repente, se enciende la luz de alarma del aburrimiento, de la irritación producida por ver pasar el tiempo y sentir los minutos arrastrándose penosamente. Ayer, para cenar, me hice una pasta y los dos minutos que tardó en cocerse me parecieron eternos y me enfurecieron como si fuesen una afrenta personal que me hacían los raviolis, de repente me pareció que en esos dos minutos cronometrados se me iba la vida.
Uno se hace viejo de golpe, cada seis o siete años, y en Navidad, sentados a la mesa, a veces he visto de repente los ojos de una mujer guapa apagarse sin remedio, como quien aprieta un interruptor. Y a algunos hombres se les pone el pelo blanco a lo largo de una comida de Navidad mientras intentan recordar el nombre de una de las primas de su mujer, como si estuviese nevando solo encima de sus cabezas.
También he visto a muchos hombres renunciar a la pasión por la pasión por la comida, más indigna, si cabe, que la pasión por la bebida, que al menos conlleva un peligro real. He visto a hombres abalanzarse sobre un pedazo de queso como si se tratase de una mujer y les fuese la vida en ello (los placeres sustitutivos, tan latosos, tan impúdicos). Y después hacerse viejos de golpe, que en Navidad es algo muy parecido a morir.
El poder y la gloria
He visto pozos insondables de aburrimiento y de hipocresía y de pesar comiendo turrón. Y he visto a padres demostrarles a sus hijos pequeños que el mundo es suyo y que sí se puede desear y obtener todo, que le felicidad a veces es una evidencia. Y muestras auténticas, a menudo inesperadas, de acercamiento, de compasión y de cariño por los demás. Y también aburridísimas conversaciones masculinas sobre el poder y la gloria, algunos hombres solo hablan de eso, incluso cuando hablan del tiempo.
Durante esos días, las calles son tomadas por los solitarios y los marginados, que son los que van sin bolsas de regalo y sin carritos de niño. Los he visto en los semáforos, perplejos, inclinándose sobre el asfalto para recoger una colilla o desabrochándose los pantalones y a continuación olvidar lo que querían hacer, abotonarse de nuevo y seguir con su deambular pausado y triste.
Es en días así cuando uno decide cambiar de vida, separarse, empezar a reciclar, escribir una novela. O servirse otra copa.
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