Análisis
Los cromos del presidente
Ernest Folch
Editor y periodista
ERNEST FOLCH
El doloroso mensaje que el Barça envió ayer al Real Madrid amenaza con agravar sus crecientes angustias. Lo de menos fueron los puntos, conseguidos de una manera más burocrática de la que muestra el brutal marcador de 6 a 1. Lo sustancial fueron las tres clasificaciones que ayer dieron un vuelco: Messi igualó a Cristiano, los azulgrana superaron a los madridistas en goles a favor y el Barça ya es líder. Y es que, después de la epifanía azulgrana de Anoeta, al Madrid le llega ahora el momento de su crisis existencial. No nos engañemos: todo lo que había sucedido esta temporada, más que méritos del Madrid, habían sido deméritos del Barça, que ha encadenado una crisis institucional detrás de otra.
Agazapado tras el vodevil de la sanción de la FIFA, los fichajes de Zubi, el caso Neymar y el arranque dubitativo de Luis Enrique, el Madrid se limitó durante los primeros meses a deslumbrar en partidos menores y a cumplir el expediente con la esperanza de que el Barça se hundiera él solo. Pero ha bastado una reacción bestial de Leo Messi para que de repente se vieran todas las carencias al eterno rival. «Nos falla el ataque», se lamentaba el sábado un Ancelotti cada vez más perdido, en una confesión tan sincera como inquietante, una admisión de que el Madrid es poco más que su tripleta atacante.
El desplome del 2015 ha hecho que el Madrid chocara de bruces contra su propia realidad, que viene de la demolición que dejó Mourinho: lesionado Modric, el medio campo se encuentra en manos de un perdido Illaramendi y un triste Lucas Silva, otro síntoma del menosprecio que la institución siente desde hace años por todo lo que no sea cultivar el último estrellato de turno, delantero por supuesto. Y es que la fórmula del florentinato es tan simple como resultona: fichaje de un cromo anual y un entrenador de renombre que haga las funciones a la vez de obediente secretario técnico. El resultado es que el Madrid es un club que hoy cree solo en su presidente y en sus figuras, y en medio aparece un desierto deportivo e ideológico que se agranda a cada tropiezo.
Cierto, el madridismo ha tenido grandes alegrías en estos últimos años, pero ningún título ha servido para convencerse de que tenía un proyecto deportivo más allá de sus estrellas y de la inviolabilidad de su presidente, que sale siempre sospechosamente indemne de cada crisis. No por ningún azar se filtra ahora que Ancelotti es «blando», el adjetivo que la Casa Blanca lleva días cocinando a fuego lento para ofrecer otro sacrificio en caso de que las llamas se empiecen a acercar al despacho del presidente.
Hasta la fecha, siempre ha habido una escapatoria para Florentino, pero últimamente, más que sus méritos, lo han salvado las balas que el Barça se ha disparado a su propio pie. Atención porque llega otro clásico de consecuencias imprevisibles.
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