La denominación frente al concepto

Los colores de la economía

Las ideas viejas no se transforman en nuevas solamente por pintarlas con tonos atractivos

RAMON FOLCH

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Un anuncio televisivo asegura que un determinado detergente tiene un bajo contenido en «productos químicos». Portentoso, porque todos los productos planetarios son enteramente químicos. Pretende decir que ese detergente no contiene compuestos sintéticos nocivos, pero lo expresa mal y consolida una percepción social negativa hacia la química, que es lo más natural del mundo. Lo propio ocurre con los términos ecológico, sostenible o ecológicosostenibleverde. Son palabras hoy emergentes y, desde luego, de significado equívoco. Cualquier invento pintoresco aspira a ser sostenible y en cualquier geranio se aprecia un valor ecológico. ¿Y qué significa verde? Quiere decir ecológico y sostenible, el problema es que no acabamos de saber qué expresan ni lo uno ni lo otro.

Un buen día se empezó hablar de economía verdepara referirse al sector industrial y comercial que se dedicaba a actividades relacionadas con la calidad ambiental. Era como hablar del ramo del agua, por ejemplo. Con esta lógica, alguien habría podido hablar de economía roja para referirse a carniceros y charcuteros, por ejemplo. Solo cuando designa una manera diferente e innovadora de concebir la actividad productiva, los formatos de consumo y la redistribución de los valores añadidos generados, la economía verde deja de ser una nueva denominación anecdótica de una vieja actividad para convertirse en una verdadera nueva categoría ontológica. Entonces ya no es una etiqueta, sino una ideología. Es la estrategia económica de los principios sostenibilistas. Y es también esa nueva dimensión categórica lo que justifica la creciente incursión en el terreno económico de pensadores no economistas.

La Revolución Industrial supuso un gran salto escalar en la demanda de energía y de recursos, en la producción de manufacturas, en la generación de residuos y también en la entidad de los estocs demográficos humanos, que han pasado de 1.000 millones en 1800, a 6.000 millones en el 2000 y a 7.000 millones en el 2012. La enormidad ha convertido este cambio cuantitativo en sistémicamente cualitativo. Pero la lógica económica convencional continúa anclada en la matriz preindustrial: cree en el crecimiento indefinido, supone que el exterior es tan grande que se puede externalizar en él cualquier disfunción y parece convencida de que hay tantos recursos en el planeta que podemos tirar de ellos ilimitadamente. La evidencia muestra lo contrario, pero el prejuicio se niega a admitirlo.

Pregunta: en una economía globalizada, ¿dónde está el exterior? Respuesta: en ninguna parte, por eso nos ahoga la contaminación local y sufrimos la contaminación global en forma de cambio climático creciente. Pregunta: 1.000 millones demandando x por cabeza, ¿afectan al sistema igual que 7.000 millones demandando 50x (que es el incremento por barba fruto de la industrialización)? Respuesta: ni por asomo, por eso el crecimiento cuantitativo como motor de la economía y como sinónimo del desarrollo no es viable a medio plazo (apenas a corto). Pregunta: moverse toda la vida en un solo término municipal y no disponer de telecomunicaciones, ¿equivale a viajar constantemente y llevar en el bolsillo un smartphone conectado a internet? Respuesta: en modo alguno, por eso la mayoría de los recursos consumidos en ciclo abierto no generan servicio, sino movilidad redundante. Y así ad nauseam.

El consumo en ciclo abierto (utilización parcial del recurso y vertido del residuo) es preindustrial, pero las cuentas de la economía convencional aún se basan en él. En los balances, se prescinde de las externalidades socioambientales negativas y no se patrimonializan servicios ecológicos (clima, suelo, ciclo del agua, calidad del aire, etc.).

Son unos balances falseados al ignorar una parte significativa de las partidas al considerarlas fuera del ciclo económico. Bastaría cerrar los ciclos materiales para recomponer la matriz de cálculo: ese es uno de los pilares de la economía verde. De ahí que la sostenibilidad sea la mejor relación coste/beneficio, siempre que el coste internalice todos los costes y el beneficio considere todos los beneficios.

Y, at last but not leastla cuestión social. Para la economía verde, la mera plusvalía (incremento de precio) no equivale a valor añadido (incremento de servicio), de manera que el artefacto financiero pierde el arrollador protagonismo que tiene ahora, mientras que la redistribución equitativa (no igualitaria) de la riqueza generada se convierte en un objetivo económico en sí. Casi nada. Todo ello conlleva una revisión sistémica de muchos principios y conceptos económicos, entrañables pero amortizados por la historia, cuya vigencia forzada nos está amargando el presente y comprometiendo el futuro. Así que verde es mucho más que el nombre de un color.