Los clientes del Popular no pierden, los accionistas lo pierden todo

Emilio Saracho, presidente del Banco Popular, durante la última junta de accionistas, el pasado mes de abril.

Emilio Saracho, presidente del Banco Popular, durante la última junta de accionistas, el pasado mes de abril.

OLGA GRAU

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En banca hay dos principios no escritos que casi nunca fallan. El primero es que los bancos acaban muriendo por falta de liquidez, no por problemas de solvencia, a pesar de que las autoridades de supervisión siempre estén pendientes de lo primero. La segunda máxima es que los rescates o las ventas exprés se suelen anunciar los viernes por la tarde o los fines de semana, con los mercados y las sucursales cerrados para evitar el pánico.

En el caso del Popular, la primera regla se ha cumplido, pero la segunda no. El Banco Central Europeo (BCE) le cortó el grifo el miércoles tras constatar que la entidad no tenía viabilidad y la dejó sin liquidez extraordinaria. Esto precipitó todo, hasta el punto de que el banco, que tenía todo preparado para intentar presentar una solución de mercado el viernes, vivió el miércoles su noche más larga.

El rescate exprés del Popular ofrece varios elementos de reflexión. El primero es constatar cómo la mala gestión y la incapacidad de rectificar errores a tiempo pueden hundir incluso al que fuera durante décadas el mejor banco de pymes de Europa.

El expresidente del Popular, Ángel Ron, apostó por el sector del ladrillo justo antes de que estallara la crisis y rechazó todas las ofertas de fusión o de venta que hubieran preservado algún dinero a sus accionistas porque siempre creyó que su banco era el mejor. Su máxima era que solo se llevarían a cabo operaciones en las que el Popular mandara.

Así, rechazó a La Caixa, al Sabadell y a todas las novias que le surgieron con una miopía galopante. También desaprovechó la ocasión de traspasar activos al banco malo por los mismos motivos.

Ron fue cesado tras una espiral de ataques bajistas a la acción y una guerra interna en el consejo de administración liderada por el inversor mexicano Antonio del Valle. Su sucesor en la presidencia, Emilio Saracho, también pecó de arrogancia. No solo no ha conseguido una solución de mercado para el Popular para salvar el dinero de los 300.000 inversores del banco, sino que ha logrado convertir a la entidad en la primera rescatada de forma exprés por Europa. Su política de comunicación en las últimas semanas no ha hecho si no crear incertidumbre sobre la viabilidad del banco.

Los depositantes han salvado su dinero, pero los inversores lo han perdido todo. Esto provocará una batalla legal sin precedentes en España que puede acabar sacando a la luz los trapos sucios ocultos tras meses de ataques especulativos a las acciones del Popular perpetradas con intereses ocultos que ahora podrían cobrar sentido. Hay ya varias demandas en curso que se presentarán en los próximos días.

Por suerte, y gracias a Europa, se ha evitado que el Popular acabe en la órbita de Bankia y que los españoles acaben pagando la factura de nuevo con dinero público. España no hubiera podido soportar un nuevo rescate pagado con los bolsillos de los contribuyentes y en el que los depositantes perdieran parte de sus ahorros. Pero el precio ha sido que los accionistas costeen parte de la factura.