La clave

Los ciudadanos podemos ser independientes

ALBERT SÁEZ

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Andamos como zombis zarandeados por una demoscopia que un día nos acerca al cielo de la independencia, otro nos condena a una dictadura venezolana y el siguiente nos sumerge en una nueva derecha caviar. El trasfondo de este paisaje tan agitado es menos visible pero mucho más sólido. Desde finales del siglo pasado crece, lenta pero inexorablemente, la desconfianza de los españoles y de los catalanes en el sistema de partidos. Se les considera instrumentos carcomidos por la corrupción, repletos de mediocridad, sostenidos por las grandes empresas subsidiadas por el BOE -desde concesiones hasta adjudicaciones, pasando por regulaciones- y recubiertos de un barniz de impunidad que les hace resistentes al aire fresco de la información y de la justicia. Esta percepción se tradujo durante años en un crecimiento sostenido de la abstención.

¿Qué ha pasado entre el 2011 y el 2015? Los partidos han pasado a ser la causa y no la solución de la crisis económica y social. Se les considera peleles a las órdenes de Merkel pero también chorizos, pues los escándalos han sido transversales, desde el anterior jefe del Estado hasta el patriarca del catalanismo moderno pasando por Bankia. La crisis cortó el caudal de crédito barato con el que se dopaba a las empresas y a los consumidores para poner al descubierto el lodo de la política, que expuesto al sol de la crisis sufrió una putrefacción tan acelerada como pestilente. Las redes sociales acabaron con la omertà informativa. Y a la vez redujeron la barrera de entrada en el sistema político. Por ahí se coló Podemos en las europeas y ahora los alquimistas del régimen pretenden hacer entrar en la partida a Ciudadanos. Veremos si superan el escrutinio de la era de la transparencia.

El voto regeneracionista

Porque en las urnas les espera un enemigo muy difícil de batir: el sistema electoral que pactaron una tarde de primavera de 1977 Fernando Abril Martorell y Alfonso Guerra al fijar un mínimo de escaños por provincia que beneficia a las menos pobladas. El bipartidismo nace ahí, no en los medios ni las tertulias. Dividir el voto regeneracionista en esas provincias es el objetivo de los que se sienten amenazados.