Editorial

Los botellones nocturnos junto al mar

Las leyes del civismo y la convivencia no pueden quedar anuladas al caer el sol

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Desde que la ciudad rompió sus históricamente nulas relaciones con el mar, las playas de Barcelona se convirtieron en polo de atracción principal tanto para los barceloneses, que descubrieron por fin su perfil marítimo, como para la legión creciente de turistas que recalan en la capital. Gracias a su situación de privilegio, la zona playera ha acogido numerosos negocios relacionados con la restauración y el ocio. Paralelamente, esa misma arena de la playa que de día acoge a miles de bañistas se ha convertido en una gigantesca barra libre nocturna donde se organizan masivos botellones, de nativos y foráneos, a cuyo mantenimiento ayudan una legión de incansables lateros y cercanas tiendas de licores de generoso horario.

Como al campo, tampoco a las playas se le pueden poner puertas. Pero quizá la situación, por su carácter masivo e incontrolado, adquiere ya dimensiones de cierto riesgo y requiere una reflexión y las debidas actuaciones. No se trata de castigar a quienes de forma pacífica y festiva quieren disfrutar de las playas por la noche, sino de frenar a los protagonistas de cada vez más actos incívicos -cuando no directamente delictivos-que actúan aprovechando la evidente ausencia de vigilancia. Llama la atención en ese sentido que los 25 agentes que durante el día amonestan a quien bebe alcohol en la calle no realicen turnos nocturnos en el litoral. Las leyes del civismo y la convivencia no pueden quedar anuladas al caer el sol.