NÓMADAS Y VIAJANTES

Los bárbaros son los otros

RAMÓN LOBO

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Ees probable que las ideas de los líderes occidentales sobre el Estado Islámico (EI) quepan en un tuit, o en dos. Esos mensajes de 140 caracteres estarían repletos de epítetos descalificadores: bárbaros, asesinos, medievales. Pero así no se ganan las guerras. Estamos tan habituados a alimentarnos del picoteo de los titulares, a ver el mundo a través del prisma de la propaganda comercial, que es difícil que se abra paso un pensamiento complejo para entender problemas complejos. No tenemos tiempo para pensar; somos consumidores, no ciudadanos.

El vídeo de la destrucción de tesoros asirios del museo de Mosul, que datan del siglo IX antes de Cristo, refuerzan la idea de la barbarie del otro y nos dejan el regusto de no ser como ellos. Nosotros no destrozamos estatuas antiguas, somos los buenos, la civilización. ¡Qué se han creído! Ese paraíso mental permite olvidar que el Primer Mundo alimenta nuestro confort con la explotación y el hambre de millones de personas invisibles. Nosotros solo abrimos el grifo del agua caliente sin hacernos demasiadas preguntas. Es parte de la felicidad. También olvidamos la invasión del 2003, los saqueos, los robos, ¿quiénes son los bárbaros?

Cuando los talibanes afganos bombardearon los budas de Bamiyán en marzo del 2001, dos imponentes figuras de 55 y 38 metros de altura, el mundo educado, es decir este, estalló en indignación. Otra vez la rabia, los epítetos. Se dijo que las estatuas habían sobrevivido al Gengis Khan y a todo tipo de guerras y no a los talibanes. Se escucharon más protestas por este asunto que por la situación de la mujer en Afganistán, reducida a un mueble de segunda mano bajo un burka de hierro.

El 11-S y los talibanes

Después llegó el 11-S, la intervención estadounidense, la derrota de los salvajes talibanes y el triunfo de los buenos. En el lugar de aquellos bárbaros sentamos a nuestros bárbaros, los muyahidines, sin importarnos su currículo de sangre y sus maneras. La mujer siguió aplastada por una tradición machista a la que no se combate con tuits, ni con propaganda de desodorantes. Donde aquí se venden los limones del Caribe, allí se vende la democracia.

La imagen de un ave petroleada en Kuwait en 1991 generó miles de portadas de periódicos, escandalizados por la suerte de aquel animal inocente, víctima de la violencia del régimen de Sadam Husein, una razón más para declarar la guerra y salvar al emirato y con él nuestro petróleo, perdón, el suyo. El bombardeo químico de Halabja en 1988, donde murieron 5.000 civiles kurdos tuvo menos prensa que el ave petroleada. Con el tiempo se supo que aquella foto era una manipulación de la CIA. El animal no era víctima del dictador iraquí sino del Exxon Valdez en uno de los mayores desastres petroleros ocurrido en Alaska. No había crimen de guerra, solo crimen económico.

No sabemos nada del Estado Islámico que ocupa vastos territorios en Siria e Irak, pero hemos lanzado una guerra contra ellos. No tenemos idea de contra quién luchamos y para qué luchamos y cuáles son los objetivos concretos más allá de blandir el islamismo fanático para expulsar a unos inmigrantes que nada tienen que ver con él. Les recomiendo la lectura del reportaje What ISIS really wants, publicado en la revista The Atlantic. Lo pueden googlear, es fantástico, lleno de contenido.

Cuando proclamamos que no son islámicos, la frase genera satisfacción, hemos creado un cortafuegos. En el texto antes recomendado se explica cómo el Estado Islámico trata de copiar el primer islam, el de los años del Profeta, en el que era legítimo crucificar y decapitar al fiel. Ese Estado Islámico no tiene nada de medieval, dispone de armas modernas y maneja con maestría las redes sociales para conquistar adeptos. Es cierto que su discurso también es simple, pero ellos generan esperanza. Lo del paraíso con 70 huríes es imbatible.

No hemos aprendido mucho de las lecciones de Afganistán, de la lucha contra los soviéticos y el germen de Al Qaeda, de cómo a cada paso que damos en Irak, Siria, Somalia enredamos aún más la situación. Es el precio de la ignorancia. Tampoco sabemos demasiado de la historia de los árabes (en España tiene delito) ni de su cultura y religión. Ellos sí saben de nosotros, viven aquí, han aprendido cada uno de nuestros defectos. El ministro del Interior español ve yihadistas colgados de las vallas de Ceuta y Melilla y al de Educación solo se le ocurre reintroducir el rezo en la escuela. ¿De qué civilización hablamos? Unos destruyen estatuas, otros tratan de destruir la capacidad de rebelarse.