Seísmos en las urnas
Londres, Washington, Roma
La democracia ha dado a los perdedores de la crisis un instrumento muy potente para hacerse oír: su voto
Antón Costas
Presidente del Consejo Económico y Social de España (CES)
ANTÓN COSTAS
¿Tienen algo en común el brexit brexitbritánico, el triunfo de Trump en Estados Unidos y el no del referéndum italianono? ¿Es posible extraer alguna lección de estos tres casos?
De entrada, son situaciones distintas. Lo que estaba en juego era diferente. En el brexit era el malestar contra la política de inmigración y la salida de la Unión Europea. En Estados Unidos era el debate sobre la globalización, el nacionalismo económico y el rechazo a los tratados de comercio. En Italia, la reforma de la Constitución para cambiar algunos elementos del sistema político.
Pero más allá de estas diferencias, pienso que en los tres casos hay dos elementos comunes. Uno es el perfil de los votantes que han determinado el resultado. Otro son las motivaciones que les han llevado a votar de esa forma.
CASTIGADOS POR LA CRISIS
En cuanto al perfil de los votantes, se trata, en términos generales, de personas mayores, nacionales blancos, que viven en ciudades o zonas que han sufrido un fuerte deterioro en sus condiciones de vida y en sus expectativas de futuro a lo largo de las dos últimas décadas previas a la crisis financiera y económica del 2008. Ese perfil del votante se da tanto en el caso del brexit, en el triunfo de Trump y en el referéndum italiano. Por el contrario, las ciudades y zonas más dinámicas de esos tres países votaron sí. En el Reino Unido, Londres y su zona metropolitana votaron mayoritariamente a favor de la permanencia en la UE. En Estados Unidos, las ciudades de la costa este y la costa oeste lo hicieron a favor de Hillary Clinton. Y en el referéndum italiano las ciudades más ricas, como Milán, votaron a favor del sí.
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En cuanto a la motivación, ha predominado el sentimiento de abandono de esos votantes por parte de sus gobiernos frente a los efectos de la globalización sobre la actividad económica, el empleo y los ingresos. Durante esas dos décadas los gobiernos hicieron muy poco por repartir de forma equitativa los beneficios de la globalización, que los hubo. Se conformaron con creer de forma dogmática en la teoría del rebose, la idea de que tarde o temprano el mercado se encargaría de hacer llegar esos beneficios a todos, sin que los gobiernos tuviesen que hacer nada por sí mismos.
En cualquier caso, la lección a extraer parece clara. Aunque los síntomas del malestar se hayan expresado de forma diferente en los tres casos, las causas son comunes: es el mal funcionamiento de la economía. Parodiando el lema de James Carville en la campaña de Bill Clinton, ¡es la economía, estúpidos!
OPCIONES BINARIAS
Pero, antes de seguir, déjenme plantear una cuestión para mí intrigante. Si ese malestar estaba ahí desde los años 90, ¿por qué no se manifestó en las elecciones celebradas a lo largo de los últimos años? Una explicación puede ser que en la medida en que los referéndums, o elecciones binarias como las presidenciales norteamericanas, plantean una decisión entre dos únicas opciones, permiten concentrar todo el malestar en una de ellas. Al contrario que en las elecciones multipartidistas ordinarias, como las españolas, que distribuyen el malestar entre diferentes opciones políticas.
ACTUAR EN CUATRO FRENTES
¿Qué hacer? Nuestras sociedades necesitan una fuerte y urgente dosis de equidad. Contra la desigualdad de riqueza, renta y oportunidades hay que luchar por tierra, mar y aire. En cuatro frentes. Primero, en el seno de las empresas, con una mejor distribución de la renta entre salarios y beneficios. Segundo, con una mejor redistribución de la renta a través de los impuestos y los gastos sociales. Tercero, con una lucha abierta contra los monopolios y cárteles que elevan artificialmente los precios y reducen la renta disponible de los hogares. Y, cuarto, con mejores políticas monetarias y fiscales que impulsen el crecimiento y el empleo.
Dicho de otra forma, necesitamos construir un nuevo contrato social. Los perdedores de la globalización y del cambio técnico necesitan sentir que el Estado les protege. Los gobiernos de Londres, Washington, Roma y otros países creyeron que los perdedores se resignarían a su suerte. Pero la democracia les ha dado un instrumento político muy potente para hacer oír su voz: su voto. Y están dispuestos a seguir haciéndolo. Por tanto, no deberíamos sorprendernos si vemos llegar otros brexits
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