Dos miradas

Locura

EMMA RIVEROLA

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John Nash ha ganado el premio Abel, considerado el Nobel de las matemáticas. El hombre que lucha contra la esquizofrenia ha visto de nuevo reconocida su genialidad. Una mente capaz de encontrar los caminos para resolver los problemas más complejos, pero incapaz de distinguir entre la realidad y la pesadilla. Obligado a escoger entre una vida mutilada por la medicación o los laberintos de la locura. Siempre temiendo ver en cualquier rostro la sombra de un asesino o un alienígena o un demonio o cualquier personaje que la imaginación se invente. Combatiendo las voces, las imágenes trampa, los espejismos que le alejan de sí mismo y de todos los que le rodean. Porque ahí, en la enfermedad mental, la soledad siempre quiere convertirse en reina y señora.

Brujos o endemoniados, la sociedad nunca se ha llevado bien con la locura. Compasiva con los males del cuerpo, pero desconfiada ante el quebranto de la razón, recelosa de todo aquello que se revela incapaz de seguir las normas, de los sentimientos expresados a deshora o de los pensamientos que se escapan del juicio. Durante siglos, las enfermedades mentales se consideraron como una condena y los enfermos, culpables. Confinados a la soledad y la marginación, la sociedad levantaba las barreras del miedo a su alrededor. Los premios concedidos a Nash también son un reconocimiento a la persona que, más allá de la piel de su enfermedad, sigue existiendo.