Colombia, miedo a la paz
Lo difícil empieza ahora, porque tras más de cinco décadas de guerra el país está repleto de muros mentales y físicos
Ramón Lobo
Periodista
Periodista
RAMÓN LOBO
Colombia, un país exhausto de violencia, vota este domingo un acuerdo de paz que deberá poner fin a 54 años de guerra entre el Estado y las FARC, la guerrilla más antigua de América Latina. Han sido cinco décadas y media en las que han perdido la vida más de 220.000 personas. Colombia acumulaba en el 2015 más desplazados internos que Siria, casi siete millones frente a seis millones y medio. Hablamos de un conflicto que ha arrasado la economía de un país rico en biodiversidad y en materias primas que dobla en tamaño a España. Una guerra de 54 años deja heridas psicológicas difíciles de reparar. El 82,9% de los colombianos tienen menos de 54 años. Solo conocen el estado de guerra, las armas, las bombas y el miedo. Es un país dañado.
El 'sí' necesita el apoyo del 13% del censo electoral, que equivale a 4.396.626 votos. Las últimas encuestas indican que su victoria será holgada. Los defensores del 'no', entre ellos el expresidente Álvaro Uribe, han redoblado la campaña del miedo con pegada de carteles en lugares donde hubo atentados, “sí a las bombas”, dicen con ironía. La mayoría de las personas que van a votar no han leído los acuerdos de paz firmados, que son de gran complejidad jurídica. Ambos bandos han recurrido a las emociones para defender sus posiciones: a la emoción de la paz los partidarios del 'sí'; a la emoción del odio, los del 'no'.
JUSTICIA SUFICIENTE
Todo proceso tiene dos fases: el cese de la violencia, que en este caso ha exigido cuatro años de negociaciones entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y los jefes de las FARC, y crear e impulsar una cultura de paz que reemplace a la de la violencia. Es algo que no solo afecta a esta guerrilla, y al ELN aún activo; la violencia ha estado incrustada en las Fuerzas Armadas, en la policía, en los paramilitares y en el narco. La droga corrompió también a las FARC, que pasaron de la utopía revolucionaria a ser uno de los cárteles más importantes.
Donde se han violado los derechos humanos de forma masiva es imposible la justicia completa. Solo se puede aspirar a alcanzar una cantidad suficiente de justicia que permita la ilusión de una justicia total. Para lograr ese mínimo es esencial implicar al mayor número de víctimas porque ellas dan legitimidad a un proceso de paz.
En la búsqueda de la justicia es esencial juzgar a los jefes que cometieron delitos de lesa humanidad, pero también es importante escuchar a los que padecieron la violencia. Una comisión de la ONU recorrió Sierra Leona tras su guerra civil (70.000 muertos, decenas de miles de manos amputadas). Tras un par de meses en el país elaboraron un informe útil para entender las causas, pero no estuvieron el tiempo necesario para escuchar a todas las víctimas. Hubieran sido necesarios uno o dos años. Hablamos de una paz sostenible, de justicia, asuntos que merecen la pena.
VERDAD Y PERDÓN
En Sudáfrica crearon las comisiones de la verdad, en las que personas que habían cometido crímenes durante el 'apartheid' podían confesarlos a cambio de perdón. En una de las sesiones presididas por Desmond Tutu, un policía blanco reveló cómo mataron en la comisaría a un joven negro y después lo quemaron en una barbacoa para hacer desaparecer la prueba del crimen. La madre del joven, que estaba en la sala, se levantó y le dio las gracias porque ella solo quería saber qué había pasado con su hijo. Fue un momento emocionante, de gran generosidad. Los psicólogos expertos en 'shock' postraumático sostienen que en estos casos de violencia armada, el contacto visual con el asesino calma a la víctima. Ese era el motor de la vía Nanclares en el caso de ETA, y que este Gobierno interrumpió.
Ningún acuerdo de paz es perfecto; tampoco lo son las victorias por muy aplastantes que sean. Una victoria genera deseo de revancha en el derrotado. Sucedió con Alemania tras la Guerra del Catorce. De Versalles nació el nazismo.
En Colombia se plantean retos. Hasta ahora solo había dos alternativas: guerra o amnistía. Es difícil convencer a una fuerza armada que deje las armas para ir a la cárcel. En Colombia se aplicarán penas sustitutivas de prisión para aquellos crímenes que no sean de lesa humanidad. Los que confiesen sus delitos y pidan perdón tendrán acceso a esa justicia, que puede consistir en trabajar con las víctimas. Cuando finaliza una guerra de 54 años, el país está repleto de muros mentales y físicos. Es el miedo el que establece las fronteras interiores. Lo difícil empieza ahora porque la paz no nace de un acuerdo firmado, sino de la lucha cotidiana por vivir sin guerra.
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