artículos de ocasión

Lo polivalente

ilustracion trueba en dominical 623

ilustracion trueba en dominical 623 / periodico

DAVID TRUEBA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Tengo un amigo que repite siempre eso de que quien cree servir para todo no sirve para nada. No defiende tanto la especialización, quizá uno de los males de la enseñanza superior contemporánea, como esa denodada manía de algunas personas por abarcar más de lo que pueden apretar. Pero la frase me hace pensar en unos edificios que brotaron en la geografía española desde los años 80 y que hoy se han convertido en un embolado de gestión en plena crisis económica, cuando los recursos estatales están diezmados. Se trata de una serie casi inacabable de auditorios multiusos que en su día levantaron los ayuntamientos con la justificación de que servirían para albergar reuniones comunitarias, conciertos de música clásica o música juvenil, proyecciones de cine, teatro, conferencias y hasta entregas de premios. Como aquella ardilla arcaica que decían que era capaz de recorrer España de árbol en árbol, durante un tiempo, un ciudadano podía saltar de un recinto de este tipo a otro idéntico en cada ciudad con una mínima pretensión.

Pero el tiempo, que es quien coloca a todos y todo en su lugar preciso, ha sido bastante ingrato con estos edificios. Muchos de ellos fueron una ramificación de algo bien perverso: la coyunda entre el poder político local y los constructores más o menos zafios. El rastro del dinero ya se ha perdido en la noche de los tiempos, fuera de la lupa de los inspectores de Hacienda y los contables que velaban por nuestros impuestos. Pero quedan los edificios, un equivocado recurso que abarcaba más de lo que podía albergar. Entre los músicos y los actores de teatro siempre escucho quejas porque en estos locales que sirven para todo, nada funciona correctamente. Son demasiado grandes o demasiado pequeños, el que mejor resguarda la voz humana es incapaz de aguantar un sonido amplificado, el que carece de la distancia precisa con el espectador no posee las cualidades para instalar unos decorados aceptables. Y así la lista de inconvenientes se multiplica para transformar lo multiuso en una suma de usos defectuosos.

Gracias a estos edificios, que urgía construir, se sacrificaron los viejos teatros locales, se renunció a preservar los cines de pueblo, se permitió tirar algunos pequeños locales musicales, que de haber sido rescatados y recuperados hoy serían la gloria de la ciudad. Porque cuando algo se fabricó con una finalidad en tiempos de honestidad humilde era raro que no funcionara de modo formidable. El negocio paralelo y oscuro posibilitó que los poderes locales no se sintieran identificados con edificios que envejecían y morían renunciando a seguir siendo lo que siempre fueron. Y de este modo los excrementos polivalentes sustituyeron a la delicada perfección de lo preciso, de lo bien hecho, de lo adecuado para una sola función. Ni teatros ni cines ni salas de concierto ni locales de conferencia, lo que tenemos es una lucha denodada por adecuarlos que termina siempre en frustración, distancia y una penosa frialdad que afecta a la relación social y el encuentro comunitario. La sala polivalente ha terminado por ser la sala poliinválida y un detalle como este resume de manera perfecta la catástrofe generalizada. Porque sí, efectivamente, quien cree servir para todo termina por no servir para nada.