Dos miradas

¿lngenuo Iceta?

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Miquel Iceta me merece un gran respeto, entre otras cosas porque representa un tipo de político con una notable virtud: sabe combinar el rigor ideológico y la destreza retórica con una notable dosis de sentido del humor. Me produce también una cierta ternura. Iceta no es naíf, porque es imposible que alguien con su larga trayectoria -especialista en todas las tramas y los urdimbres de la política- piense que la ingenuidad es un valor. Y, en cambio, no se puede estar de usarla, porque, en el fondo, sabe que los problemas más complicados son los que piden soluciones más sencillas. Es decir, no ingenuo pero sí conocedor de las virtudes que se esconden tras el gesto de ir (o de hacer ver que se va) con un lirio en la mano.

Iceta, en el caso de que España no reformara la Constitución o en el caso de que Catalunya no aprobara esa hipotética reforma, propone una etérea salida al conflicto, rellena de condicionales. «En su caso», «eventual» y «verificar» no son construcciones revolucionarias sino modestas y discretas. Y creo también que sinceras. La Clarity Act, por lo menos, establece unos mecanismos pactados, que es lo que insinúa Iceta. Ni eso. Debe vender su ponencia política como un ejemplo de dignidad y coherencia cuando debería ser, si el PSOE se diera cuenta, el mínimo democrático exigible. «No es una posición soberanista», recalca. Por supuesto que no. Es la aparente ingenuidad de quien aún cree en algún noble ideal.