Gente corriente

Lluís Domingo: «Me han dado tiempo extra y no quiero ser indiferente a nada»

Abril es el mes europeo del cáncer de colon. Este joven de Sabadell es un ejemplo de cómo echarle un pulso.

«Me han dado tiempo extra y no quiero ser indiferente a nada»_MEDIA_3

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NÚRIA NAVARRO

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-En el 2010, yo tenía 29 años. Trabajaba como diseñador audiovisual en Toulouse. Era vegetariano, nunca había fumado ni consumido drogas, y practicaba atletismo con regularidad. Un día sentí dolor de tripa y el médico dictaminó que era gripe intestinal. Pero pasaba el tiempo y las molestias continuaban. Y a los tres meses detecté sangre en las heces. Me diagnosticaron intolerancia a la lactosa, aunque al mes lo descartaron. El 2 de diciembre caí al suelo del dolor. Cogí el coche y volví a Sabadell.

-Era muy joven. Nada malo se suponía que podía pasar.

-El cáncer no estaba en mi cabeza, no. Pero en urgencias del Hospital Parc Taulí me hicieron una colonoscopia y dieron con un tumor del tamaño de una pelota de tenis. Estaba a punto de bloquear el intestino.

-Siendo tan grande, ¿no lo notó?

-Sí recuerdo que tres meses antes, al correr, sentía una especie de flato. Aun así, hice medias maratones sin problemas.

-El de colon es un cáncer peliagudo si no se detecta a tiempo.

-El mío se detectó demasiado tarde. Era un cáncer de nivel 4 y tenía 12 ganglios infectados. Me visitaron un montón de oncólogos -aún me estudian- intrigados por el hecho de haber desarrollado un cáncer tan agresivo y tan feo siendo tan joven.

-Debió de asustarse mucho.

SEnDEn un primer momento me concentré en cuestiones prácticas, como cuál era la mejor manera de decírselo a mis padres. Además, el dolor aumentó y acabé en urgencias, donde me colocaron una prótesis para que el tumor no perforara el intestino. Días antes de la operación -el 28 de marzo del 2011- ofrecí mi cara más optimista, pero me preparé para la posibilidad de morir. Llamé a un abogado y redacté un testamento vital, e incluso escribí cartas que nunca llegaron a manos de los destinatarios.

-Afortunadamente.

-La operación fue un éxito. Me quitaron medio metro de intestino. Pero entre la operación y la quimio pasé unos días muy duros. Sentí una rabia tan profunda... Tenía tanto que hacer... Y empecé a preguntarme: «¿Por qué yo?», «¿Qué he hecho mal?».

-¿Logró darse alguna respuesta?

-¡Puro azar! Los tests genéticos dieron negativo. Al final aceptas que esto le puede tocar a cualquiera.

-¿Soportó bien el choque químico?

-Es un proceso que desgasta mucho. La medicación incluía platino, que quema las terminaciones nerviosas, y perdí tacto en las yemas de los dedos y sensibilidad en las papilas. ¡Comer un helado era como comer un cactus! También llevo bajo la piel, en la zona del tórax, unport-a-cath,un repositorio por donde administran la medicación directamente en vena.

-¿Molesto?

-Te acostumbras. No puedo nadar, ni jugar al tenis. Una vez, yendo de copiloto, llevaba el cinturón de seguridad algo bajado y un guardia civil que no atendió a razones me puso una multa de 200 euros.

-¡Insensible! ¿Qué salva de toda esta experiencia?

-Me está cambiando para bien. Durante la quimio, empecé a correr para depurar toxinas y decidí organizar una carrera en Sabadell para recaudar dinero para la AECC-Catalunya contra el Càncer. Imaginé la carrera perfecta, la que a mí me gustaría correr. Sería popular, benéfica, cómoda para los atletas.

-A esa prueba le puso el nombre de Corro contra el Càncer.

-¡Es lo que yo me decía al correr! En la primera edición, en febrero del 2012, participaron 1.500 personas. Al día siguiente me hacían la primera colonoscopia de control y fue muy emocionante ver que toda aquella gente estaba allí reunida porque yo, mientras seguía el tratamiento, la había proyectado. Pensé: «Si muero mañana, me iré tranquilo».

-¿Siente que se ha salvado de esta?

-Me encuentro muy bien. Cada tres meses me hacen analítica y un tac. Todos tenemos que morir, aunque yo sé que tengo más números que otros. Pero siento que me han dado tiempo extra y no quiero ser indiferente a nada. No quiero morir mañana arrepintiéndome de no dejar un legado, por pequeño que sea.