INTANGIBLES

Le llega el turno a Casa Asia

JORDI ALBERICH

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Hace pocas semanas vimos cómo la política catalana irrumpía en el CIDOB, transformando la orientación que le había llevado a posicionarse entre los 'think tanks' más reconocidos, a nivel global, en el ámbito de las relaciones internacionales. Un prestigio que proviene de su independencia política y su rigor académico consolidado durante décadas y que, ahora, la Generalitat exigía poner al servicio del proyecto independentista. Creo que ello en nada ayudará al procés y que, por contra, el CIDOB puede encaminarse hacia la irrelevancia. Ahora parece que el turno del despropósito alcanza a Casa Asia.

Pese a las diferencias entre las dos entidades, ambas lideran un objetivo común, el de posicionar a Barcelona en el mapa global. Casa Asia es una iniciativa surgida del Ministerio de Asuntos Exteriores y que gracias al buen hacer de, especialmente, su entonces Secretario de Estado, Miquel Nadal, se ubicó en Barcelona. Una excelente oportunidad para hacer de la ciudad la capital asiática del Mediterráneo en unos tiempos en que, precisamente, el centro económico se desplaza hacia Asia. Pero desde hace unos años la entidad ha entrado en una dinámica autodestructiva que, acentuada recientemente, puede llevar a su literal paralización.

Sin duda, las responsabilidades del desastre habrá que repartirlas entre las instituciones que conforman su Consorcio, especialmente Gobierno de España y Generalitat de Catalunya. Así, al Ministerio de Exteriores le habrá faltado sutileza en unas circunstancias políticas complejas, pero el problema de fondo radica en un gobierno catalán que desdeña todo aquello que no se ponga al servicio del antes mencionado procés. La historia del CIDOB se repite.

Todo ello puede conducir a que ambas instituciones caigan en la mediocridad, algo muy lamentable para todos y también para quienes anhelan la independencia, pues nada impide compatibilizar dicha aspiración política con el respeto y cuidado de entidades como CIDOB y Casa Asia.

Esta dinámica, que va más allá de estas instituciones, nos lleva inevitablemente a un deterioro cierto si bien, hoy por hoy, de difícil cuantificación. El problema radica en que una parte de nuestra sociedad piensa que no tiene mayor trascendencia, o que la robustez de nuestra economía lo soporta todo. Será así hasta que percibamos unas consecuencias que pueden no tardar. A menudo, viendo cómo se desarrolla nuestra vida pública, y en buena parte privada, pienso que nuestro edificio institucional empieza a padecer de una cierta aluminosis, entendida como aquella degradación del hormigón que no se percibe hasta que las grietas aparecen y, entonces, descubrimos que la estructura requiere de una rehabilitación muy costosa. Mejor no esperar a las grietas.