La clave

Llamadas contra el odio

ENRIC HERNÀNDEZ

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El gran éxito del movimiento independentista estriba en la épica de que se ha revestido, esculpida en despachos oficiales, ampliada mediante refinadas técnicas de márketing por las entidades soberanistas y dócilmente voceada desde los medios de comunicación adictos, públicos y privados. La epopeya glosa agravios centenarios y afrentas contemporáneas para, apelando a la supervivencia de una nación largamente oprimida, asociar el  a la independencia a un acto de colectiva y pacífica rebeldía: la revuelta de las sonrisas.

No se trata aquí de rebatir la mitología nacionalista ni de desmentir los maltratos recientes -muchos reales, no pocos magnificados-, pero sí de alertar de que, en la senda hacia la traumática fractura que ya se avizora, se azuzan sentimientos incompatibles con la fraterna separación que se pregona.

Las redes sociales son el pandemonio donde los extremistas de uno y otro bando exorcizan sus fantasmas y propalan sus rencores. Cierta catalanofobia, inoculada por la derecha político-mediática, existe sin duda en el resto de España, pero en Catalunya es la hispanofobia la que impone su ley, con menoscabo de la libertad de expresión. Quien discrepa, cuestiona o duda de los mandamientos del soberanismo es vejado y acosado, condenado como cómplice del Estado opresor. Se instigan boicots. Se profieren amenazas. Se anticipan represalias para el 28-S. Odio en estado puro.

No está escrito que lo que acontece en la Catalunya virtual no acabe sucediendo en la real. Y lo peor es que los partidos, instituciones y medios conjurados en favor del , enfrascados en la patriótica misión de acumular fuerzas en las urnas, alimentan tan bajas pasiones en lugar de dar la voz de alarma. ¿Ese es el país nuevo que construiremos entre todos?

Un gesto

Cierto que desde el Estado tampoco abundan los mensajes de concordia. Resulta por ello encomiable que el PSOE encarezca a sus afiliados a llamar a sus amigos catalanes para expresarles su afecto y su voluntad de construir una nueva España en común. Pese a su aparente ingenuidad, este gesto podría ser el principio de una bonita reconciliación... si no es ya demasiado tarde.