Al contrataque

La llamada

Con un Papa así, apetece dejar de ser ateo.

ERNEST FOLCH

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Este maravilloso cuento, real como la vida misma, empieza en Granada el 10 de agosto del 2014 a las cinco de la tarde. Un joven llamado Daniel, de 24 años, conduce un coche por el centro de la ciudad y le da vueltas a la carta que hace unos días ha escrito al Papa. Después de años de sufrimiento en silencio, se ha decidido por fin a contarle cómo, en su infancia, fue víctima de atroces abusos sexuales perpetrados por una red de sacerdotes pederastas que presuntamente operaba de manera paraoficial en una parroquia de la ciudad. Todo había sucedido bajo el mandato de este siniestro arzobispo que oficiaba misas en las que decía cosas como que el aborto es un «genocidio» o que las abortistas dan a los varones «licencia absoluta» para abusar del cuerpo de la mujer.

De lleno en la edad adulta, Daniel ha decidido dar el paso, con pocas esperanzas de recibir respuesta. Ha enviado la carta como el que tira una botella al océano. Pero a 2.205 kilómetros de allí, justo en aquel instante, el secretario copto del Papa, Yoannis Lahzi, le entrega la carta en su despacho del Vaticano, y su santidad la lee durante unos minutos en medio de un silencio denso y doloroso. Cuando la termina, decide dar el paso y pide un teléfono. Los que le conocen ya saben que es inútil tratar de pararle y que no habrá marcha atrás. Son las 17.23 de una tarde tan sofocante en Roma como en Granada. Daniel sigue conduciendo hasta que se encuentra un providencial semáforo en rojo, el momento exacto en el que suena su móvil. En la pantalla del teléfono se lee «número desconocido». Daniel duda, pero al fin descuelga. Al otro lado una voz se presenta: «¿Daniel? Buenas tardes, soy el padre Jorge». Daniel se extraña y le dice que no conoce a nadie con ese nombre. «El Papa, soy el papa Francisco», aclara la voz. Daniel lo entiende todo y en medio del shock es incapaz de articular palabra. Pero reconoce la voz firme e inconfundible de Bergoglio, que le pide perdón en nombre de la Iglesia y le asegura que se ocupará personalmente de investigar los hechos. Le manda un abrazo, y tras colgar, como si fuera la reencarnación del Pereira de Tabucchi protegiendo a su Monteiro Rossi, al Papa le queda una última y decisiva misión: filtrar la llamada. No basta con haberla hecho, hay que difundirla. La noticia estalla en todo el mundo y cae como una bomba en Granada, donde más tarde los delincuentes son apresados y el arzobispo queda desenmascarado y sin ninguna autoridad.

La gran subversión

El Papa ha llamado a la víctima sin pasar por el arzobispo, hete aquí la gran subversión. Una llamada para empezar la demolición de la era siniestra de aquel Rouco que en su día colocó al arzobispo en Granada. Una llamada de esperanza de un valiente a otro valiente. Una llamada justa para empezar a jugar con unas nuevas reglas de juego. Con un Papa así, apetece dejar de ser ateo.