Las elecciones del 25 de mayo

De limoneros y de héroes

Las encuestas de la UE reflejan que Europa se ha ganado a pulso la antipatía de muchos europeos

ALBERT GARRIDO

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Hay artículos cuyo atractivo reside en igual medida en la belleza del título y en la tesis que desarrollan. El último del sociólogo alemán Ulrich Beck forma parte de esta rara especie porque su encabezamiento remite a un pasaje de Mignon, de Goethe -Sí a la Europa de los limoneros-, y porque la tesis que sostiene -el cosmopolitismo de la cultura mediterránea como referencia necesaria de Europa para rescatarla de la germanización y de los euroescépticos- se asienta en los sillares de la cultura mediterránea entendida como universo liberador del opresivo puritanismo protestante, «una máscara gris y detestable». Beck comparte el parecer de la escritora Iris Radisch: «El pensamiento mediterráneo (…) es quizá la única utopía social del siglo XXI que todavía tiene futuro». Y hace algo más: resalta como virtud la capacidad mediterránea de «instalarse confortablemente en el caos del mundo».

¿POESÍA? ¿Hartazgo por las convenciones políticas que se han adueñado del pensamiento político europeo? ¿Necesidad inaplazable de respirar aire puro no contaminado por los balances, la neurosis de la prima de riesgo y los torvos presagios del comisario Olli Rehn y allegados? Quizá se trata solo de la convicción compartida con Günter Grass y otros intelectuales alemanes de que no solo es posible, sino preferible, vivir la vida sin recurrir a héroes, sin invocar a los dioses más allá de lo estrictamente necesario, entendida la existencia como una oportunidad para experimentar la alegría de vivir mediante una mezcla de «indiferencia, desespero, belleza y esperanza». Beck es un científico social, un analista riguroso del presente y del mundo que le rodea, y cuando se inclina por la utopía liberadora del pensamiento mediterráneo lo hace con la seguridad plena de que las alternativas, el sometimiento asfixiante a un futuro prefigurado, ascético y lleno de sacrificios, diseñan un porvenir sin otro atractivo que sobrevivir.

En el horizonte vislumbrado por los analistas no hay espacio para el futuro entendido como el lugar donde la vida será mejor, donde la empresa a cumplir consistirá en algo más que en sobrevivir. Ni siquiera el sueño de los alemanes de convertir su país en una especie de gran Suiza es posible en la atmósfera viciada por los minijobs, las desigualdades sociales en aumento y la gran coalición en la que se disuelve la ideología y el único criterio atendido es el de los directivos del banco central. En cambio, es posible que en el sopicaldo posindustrial para la salida de la crisis renazcan los tics nacionalistas, los mensajes que reclaman la vuelta de los héroes predestinados para hallar en la esencia de la nación lo que no ha sido posible encontrar en la idea de Europa. Es encomiable el orgullo de Grass de formar parte de una comunidad que ha renunciado a tener héroes, pero cada día son más las pruebas de que sectores sociales muy diversos vuelven a reclamarlos y alientan el populismo.

En el debate abierto por el ascenso de los movimientos euroescépticos y antieuropeos, que el 25 de mayo pueden obtener una representatividad notable en el Parlamento de la UE, la idea de nación, opuesta o en litigio con una identidad europea cosmopolita -inspirada en referencias mediterráneas-, se alza como añoranza del viejo Estado-nación, depositario de identidades distribuidas en territorios delimitados. La verborrea de la nación, expresión última de la comunidad, se contrapone a la construcción de una sociedad político-cultural europea. El apego «a una casa o a una parcela de tierra», según la expresión empleada por el socialista francés Léon Blum, es, según el autor, «el mayor obstáculo para los cambios que se requieren en la condición humana». Pero esa es hoy la gran fuerza emergente en Europa, junto a la abstención militante, hijas ambas de una decepción siempre en aumento, sometido el grueso de los europeos a la nueva religión de la austeridad so pretexto de que es el único camino posible.

EN LA «NOSTALGIA envenenada de la nación» de la que habla Beck se halla el punto de partida de una extrema derecha envalentonada por los éxitos electorales en Hungría, Francia, Holanda o Grecia. El dies irae inacabable que solo podría atenuar un nuevo contrato social a escala europea es el crisol en el que cristaliza la desafección por el proyecto europeo, y así cada día son más quienes comparten la opinión de que la construcción de una Europa unida es más un proyecto impuesto por las élites económicas, al precio que sea, y por una burocracia hermética e ininteligible, que un objetivo deseado por la mayoría. Pudiera decirse, en fin, que Europa se ha ganado a pulso la antipatía de los europeos, según se desprende de las encuestas realizadas por la propia UE, y ha reavivado en muchos la sensación de que la tribu primigenia es el único refugio posible.