En primera persona

Ligues de agosto

«Quien se esfuma sin previo aviso no imagina las heridas que deja. No entiende que detrás de cada polvo hay un ser humano»

Pareja

Pareja / periodico

Lucía Etxebarria

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En verano se folla más. Es un hecho. En primer lugar, por una razón obvia: hay más tiempo libre. En segundo, porque la gente se va de vacaciones. A sitios donde no les conocen ni les juzgan (lo que pasa en Salou, se queda en Salou, ya se sabe). Otros se quedan en la ciudad de Rodríguez y aprovechan para darle al Tinder cosa mala. 

Con el incremento de las horas de luz se genera una mayor producción de vitamina D que provoca niveles hormonales en la sangre. La luz favorece también un aumento en la producción de serotonina. Ergo, la libido sube. Y el hecho de que sudemos más hace que desprendamos más feromonas. Y resultemos más atractivos.

Tradicionalmente (antes de que los nacimientos de los bebés pudieran planearse), era mayo el mes en el que más niños veían la luz en España. La concepción se iniciaba, precisamente, en pleno mes de agosto. 

El problema del ‘ghosting’

El problema de los rollitos de verano es el 'ghosting'. Tú conoces a alguien por Tinder, o te lo lías una noche en Salou. Luego hay un cruce de mensajes y de pronto una de las partes no desea tener más encuentros con la otra. La familia del Rodríguez ha regresado a casa o, una vez en Madrid, Salou queda muy lejos y el novio oficial muy cerca.  Y, en vez de afrontar la situación con claridad, el que se cansa decide cortar toda comunicación sin dar explicaciones. 

Los psicólogos barajan muchas razones para este fenómeno. El fantasma (el ente que desaparece sobrenaturalmente) tiene miedo al conflicto, una inmadurez galopante o incluso un desorden de alexitimia, una incapacidad para reconocer y expresar emociones profundas. 

Pero hay una respuesta más sencilla: el que fantasmea lo hace porque puede.

Imaginemos que yo, por ejemplo, me lío con un redactor de este periódico. Un día él quiere dejarme. Le toca quedar a cenar y explicármelo. Si simplemente deja de contestar a los mensajes, en breve arrastrará en la redacción una bien ganada fama de frío y desalmado, así que, aunque no le apetezca nada quedar, pasa por el mal trago.

Basta con ser egoísta

Pero ¿y si es un tío que conocí por Tinder, o una chica con la que acabé de madrugada en una playa de Salou, y no tenemos ni un solo amigo común? Pues deciden que se ahorran las lágrimas, la mala cara y los reproches. Fantasmean, y punto. No hace falta tener baja autoestima ni inmadurez ni alexitimia. Basta con ser egoísta.

Porque, en plena era de la inmediatez y del consumo, detenerse a explicar las cosas resulta un desperdicio de tiempo y energía. Y al otro lo vemos como mercancía fácilmente reponible: total, basta con tirar de Tinder para sustituirlo.

Quien se esfuma sin previo aviso no imagina las heridas que deja. No entiende que detrás de cada polvo hay un ser humano con necesidades y vulnerable. Y no tiene el coraje suficiente para terminar relaciones, cortas o largas, de manera clara y respetuosa. No quiere entender, o no le importa, que las rupturas no explícitas alargan el duelo innecesariamente. 

Así como lo imperativo es decir  «hola» para empezar y conocerse, también en la vida es necesario aprender a decir «adiós». 

Y siempre será mejor decir el clásico «no eres tú, soy yo» que decir sin decirlo «ni siquiera existes».