Un libro y una piruleta

Eudald Carbonell, en el espot de la campaña 'Llibrèfils'

Eudald Carbonell, en el espot de la campaña 'Llibrèfils' / periodico

XAVIER BRU DE SALA

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Incluso a una edad que aún no es de regreso a la infancia, preferiría mil veces lamer una piruleta que tener que leer una sola página del 90% de libros que se publican. Las piruletas no gastan pretensiones. Las piruletas llevan azúcar con sabores artificiales nada desagradables. Los libros malos, en cambio, introducen toxinas en el cerebro del lector. Los mediocres no le aportan otra cosa que una sensación de haber alimentado las neuronas tan falsa como los sustitutos de las comidas que venden en las farmacias con la falsa promesa de adelgazar a pesar del diagnóstico inapelable de la báscula. Alianza del engaño con el autoengaño. 'Win-win' de todo el mundo en las costillas de la cultura.

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Ya era hora de que se empezaran a levantar <strong>voces contra las campañas a favor de la lectura, </strong>tanto si se trata de o<strong>currencias municipales publicitarias </strong>como de <strong>planteamientos más serios</strong> de larga tradición en el Departament de Cultura. El resultado es el mismo, certificado por estudios objetivables: cuanto más lectores, peor lectores. Cuantas más ventas, menos capacidad de los compradores para entender frases de una cierta complejidad. Tampoco es opinable sino muy cierto que los índices de lectura y aún más los de comprensión quedaron fijados e inamovibles por países a partir de la irrupción del audiovisual.

Como antiguo alumno de la Escola del Mar, la noucentista que sobrevivió a la derrota de la Guerra Civil porque el director era católico, estoy, como todos mis compañeros, en condiciones de sostener que las únicas campañas eficaces, con beneficios asegurados a largo plazo, se llaman bibliotecas escolares, visitadas como si se tratara de un templo, y con el montoncito de libros presidiendo las mesas de los niños. Si a partir de los cuarenta el nivel de inglés ya no aumenta sin enormes esfuerzos individuales, a partir de los veinte no hay manera de mejorar la capacidad de comprensión lectora. No es opinión, es neurociencia.

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