Al contrataque

La ley de la gravedad

El futuro previsible es que no haya independencia a corto plazo, pero puede llegar por imposición popular mayoritaria en poquísimos años

Concentración en Rambla Catalunya con Gran Via, junto a la Conselleria de Economía.

Concentración en Rambla Catalunya con Gran Via, junto a la Conselleria de Economía. / FERRAN SENDRA

ANTONIO FRANCO

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Se han acabado las sonrisas pero no ha terminado nada. Parecía que íbamos a tocarnos las caras, pero la prudencia, o la falta de valor, o los cálculos de futuro, lo evitaron. Seguirán las movilizaciones pero se difumina el 1 de octubre como fecha de un referéndum aceptable para alguien. Hasta el miércoles los 'indepes' actuaban como en broma, con sorna, burlándose del dispositivo del aparato judicial español. O desconocían el alcance de la ley de la gravedad, o la ley de física sobre qué ocurre cuando unos centenares de miembros de la policía judicial se sumergen en un barreño de gente cuyo límite es protestar.

Pero en el fondo todo sigue igual. Ni un solo 'indepe' ha reculado un milímetro en las últimas semanas, ni un solo partidario de ese cambio de la Constitución que Rajoy ya no tiene autoridad moral para proponer se siente bien representado por Madrid. En todo caso, lo contrario. La mayoría de los que Rajoy dice querer defender lo odiamos por habernos conducido hasta esta situación. Quienes deseamos un referéndum legal con garantías que aclare qué queremos los catalanes nos sentimos insultados con la polémica abstracta sobre si existe el derecho a decidir, como si en una democracia pudiese prescindirse de él.

Puigdemont tiene que mentir cada vez más: no hay ninguna suspensión 'de facto' del autogobierno. La denunció, paradójicamente, ejerciendo plenamente de presidente de la Generalitat. Madrid aprende. Puigdemont bordea el fracaso. De momento desaprovecha la única arma que le queda: convocar elecciones para que los 'catalans emprenyats' decidan el próximo Parlament. O tal vez le tiemblan las piernas: ante la Conselleria d’Economia i Hisenda no solo no estaba media Catalunya, sino que los asistentes tenían exactamente los mismos derechos democráticos que quienes no quisieron estar allí.

Victorias sin valor moral

Me arriesgaré con un pronóstico. No haber llegado a tocarnos la cara es una ventaja, pero no sé si durará ni si servirá para nada. El futuro previsible es que no haya independencia a corto plazo, pero puede llegar por imposición popular mayoritaria en poquísimos años. El anunciado choque de trenes tiene cada vez menos posibilidades de producirse en su sentido dramático; quizá fue, sin que acabásemos de entenderlo, lo que sucedió el miércoles en dos vías paralelas. España de momento se apunta una mierda de victoria sin futuro ni valor moral. Tampoco tendrá valor moral –por las trampas hechas en el Parlament– la enésima victoria catalanista en forma de enésima derrota histórica. No me consideren equidistante: estoy decepcionado de los dos lados pero ya no me considero compatriota de los españoles capaces de votar por la continuidad de los corruptos del PP y a favor de ese líder de partido que se niegan a desbancar pese a que se asemeje tanto a los peores reyes tontos de nuestra historia.