La clave

Lenguas sin nombre

JOAN MANUEL PERDIGÓ

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«El mundo era tan reciente que muchas cosas aún no tenían nombre y había que señalarlas con el dedo», escribía Gabriel García Márquez en las primeras líneas de Cien años de soledad. España, «la nación más antigua de Europa», como le gusta repetir a Mariano Rajoy, parece sin embargo tan reciente como el mágico Macondo. O al menos a esa confusión nos llevaría escuchar el discurso de Felipe VI en la ceremonia de su proclamación. «Junto con el castellano, lengua oficial del Estado, las otras lenguas de España forman un patrimonio común...», leía el Rey. ¿Qué lenguas? ¿No tienen nombre? ¿Tan recientes son? Seamos francos y no atribuyamos al nuevo jefe de Estado una responsabilidad que es compartida. No por todos, claro, pero sí por muchos y desde hace mucho tiempo. El «patrimonio común», al que se refería el Rey no deja de ser un recurso retórico. No hay patrimonio común que valga cuando llevamos tantos años sin poder citar esos nombres porque la caverna española se niega a reconocer algo tan sencillo como que catalán y valenciano sirven para dar nombre a la misma cosa. Aquí y en Macondo. Una confusión, la lingüística, que enmascara otras muchas de grueso calibre. En este país de locos un juez decide cuántas horas hay que dar de castellano en una escuela catalana, pero ni se inmuta si a alguien se le ocurre inventarse una lengua y llamarle Lapao. Ni un juez, ni un ministro de Educación, ni un presidente. Da igual lo que diga la comunidad científica mundial y la Real Academia.

La nación más antigua de Europa no se reconoce en su compleja realidad. No ha hecho los deberes en siglos de convulsa convivencia. Ni ha recuperado el tiempo perdido en 35 años de democracia. Las lenguas sin nombre son reflejo del aldeano Macondo en que vivimos.

Mucha suerte

Y mientras esquivamos mentar las lenguas, ahora nos da también por prohibir banderas porque no estamos muy seguros de la solidez de la que ondea en los mástiles oficiales. Con estos mimbres, mucha suerte al nuevo Rey a la hora de arbitrar y moderar instituciones y sensibilidades. Confiemos en que alguien eche una mano en la tarea.