Lengua y sexismo

MARTA ROQUETA

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En Catalunya existe un colegio de médicos para cada provincia. En el ámbito de la enfermería, en cambio, hay colegios de enfermeras y enfermeros, y el término genérico para designar todo el colectivo suele ser enfermera. La inmensa mayoría de profesionales son mujeres, sí, pero en una generación es probable que las mujeres también sean mayoría en la profesión médica. ¿Vamos a cambiar entonces su denominación? ¿Qué palabra utilizo ahora para designar cada colectivo?

La RAE sigue explicándonos que un ‘hombre público’ es aquél “que tiene presencia e influjo en la vida social” y que una ‘mujer pública’ es una “prostituta”. En catalán, el DIEC no registra una definición para ‘hombre público’ pero mantiene la de ‘mujer pública’ asociada a ‘prostituta’. ¿Vamos a seguir con estas acepciones a pesar de que ahora las mujeres desempeñan todo tipo de tareas en el espacio público y que se está luchando contra su objetificación? Los campeonatos de la FIFA suelen ser de ‘futbol’ y de ‘fútbol femenino’. ¿Significa eso que Messi puede jugar al lado de una mujer? ¿O que el fútbol jugado por hombres es algo universal, mientras que el jugado por mujeres es una variante? Cuando debatimos sobre cómo fomentar la implicación de los padres en la crianza de sus hijos, es frecuente que, por el rol que mujeres y hombres han desempeñado en las esferas públicas y privadas, nos estemos refiriendo al papel del macho de la familia. Pero este matiz puede pasar desapercibido en una noticia más amplia sobre conciliación entre vida privada y laboral o sobre brecha salarial, por poner algunos ejemplos.

Hay partidos políticos e instituciones que han querido visibilizar estas problemáticas adoptando fórmulas lingüísticas como hablar en femenino plural; modificar la raíz de algunas palabras –el Ayuntamiento de Barcelona realizó un ‘donanatge’ y no un ‘homenatge’–; desdoblar otras –padres y madres, catalanes y catalanas–; o utilizar palabras colectivas como ‘profesorado’ o ‘funcionariado’.

En los medios de comunicación, el debate sobre el papel de la lengua en la construcción de un imaginario sexista se suele centrar en el análisis de la validez de estas propuestas, a partir de determinar si se ajustan a la normativa, a la gramática o a la etimología. Se suele responder que el género de las palabras y el sexo de las personas no tienen nada que ver; que una sociedad que use una lengua donde el masculino no sea el género no marcado no tiene porqué ser más igualitaria –incluso en catalán y en castellano el género no marcado de muchos animales es el femenino– y que cambiando la lengua no se va a conseguir automáticamente que la sociedad sea más igualitaria. He llegado a leer titulares que afirman que la lengua “no es machista”.

Rara vez se escuchan o se leen propuestas para solucionar el problema que estas iniciativas intentan remediar: a veces, la lengua que utilizamos no se ajusta a la representación de los hechos o identidades que queremos transmitir.

La medicina, la filosofía y el arte no son machistas de por sí. Sin embargo, el uso que algunas personas han hecho de la medicina, la filosofía o el arte –y el conocimiento que han acumulado– han contribuido a perpetuar la posición secundaria de la mujer en la sociedad. Del mismo modo que hay iniciativas que cuestionan estas prácticas en cada uno de dichos ámbitos, no entiendo por qué no podemos plantearnos cuál es el papel de un idioma en la creación de un imaginario sexista o en su perpetuación, qué características tiene que pueden facilitarlo y, en consecuencia, qué iniciativas pueden emprenderse para modificar las desigualdades derivadas de su uso.

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