Dos miradas

Lengua y comida

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Las lenguas no son piedras que no tienen que regarse sino jardines que fructifican (hay malas hierbas y frondosos árboles frutales) gracias a la dedicación y también por culpa de la desidia. Es decir, una lengua es un organismo que vive pendiente de la meteorología, de las lluvias y las granizadas, de la lenta y constante vigilancia del hombre, del ímpetu desbrozador de la naturaleza, de los insectos que habitan allí y de las plagas que se multiplican. Una lengua no puede ser nunca entendida como una roca sin fisuras, porque el día que se convierte en monumento, ese día estará muerta. El fallecimiento llega cuando la lengua es incapaz de digerir y se empeña en hacer dieta porque piensa que con el esqueleto es suficiente. Una lengua necesita experimentar el desasosiego de la impureza, dejarse tentar por lo que es nuevo o desconocido. Solamente si contempla esta posibilidad con la perspectiva de quien ve el jardín como un todo, homogéneo en la diversidad (y no como la débil acumulación de plantas), será capaz de sobrevivir.

Por eso aplaudo el trabajo de los centros de normalización lingüística, y hoy lo personalizo en el del barrio del Fondo, en Santa Coloma. Como explica EL PERIÓDICO, van en busca del chino, y en concreto de la comida (siempre es un buen comienzo) que aún no tiene nombre en catalán, porque saben que la lengua necesita saborear, deglutir y absorber lo que es desconocido para hacerse más grande, más musculosa. Más viva.