La rueda

El legado del paso de Rajoy por la Moncloa

ENRIC MARÍN

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Las intervenciones de Rajoy estos días en el debate de política general han sido modélicas como ejercicio de voluntarismo electoralista. Un discurso político cuidadosamente construido con la mirada puesta en las encuestas, con criterio de mercadotecnia política. ¿Objetivo? Fijar tanto electorado como sea posible a dos meses de las europeas. Así pues, había que decir que ya hemos salido de la crisis y prometer que ha llegado la hora de bajar impuestos, aunque los efectos sociales de la crisis ya están enquistados y estamos lejos de cumplir los objetivos de contención del déficit. Y también había que mostrarse inflexible e inmóvil ante el reto secesionista, aunque sea evidente que ya es el conflicto político de mayor envergadura que se le ha planteado al Estado español desde los años de la transición. De acuerdo con este planteamiento, Rajoy lo hace bastante bien. Se aprende aplicadamente el guion que le cocinan los analistas demoscópicos y los asesores de comunicación política. Y lo interpreta con convicción. Incluso cuando habla de economía. Pero el balance final es pobre. Y nada hace pensar en una recuperación sensible de la intención de voto de los populares. En cambio, la herencia previsible del debate es más desafección hacia la política entendida como artificio retórico desconectado de la realidad.

Ya no hay mucho margen para la sorpresa. Rajoy no pasará a la historia como un estadista notable. Ni regular. Es más amable que muchos de sus correligionarios, pero destacará negativamente. Después de haber dinamitado el proceso del Estatut del 2006 con voluntad electoralista, lo que marcará su biografía política será haber sido un político europeo insignificante y el gestor torpe de un fracaso anunciado: la redefinición de la relación entre Catalunya y España.