Editorial

Lecciones escocesas

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Los escoceses han dicho que quieren seguir formando parte del Reino Unido. Tras una intensísima campaña dominada por los partidarios de la secesión, una amplia mayoría ha preferido no salir a la intemperie de una nueva y desconocida dimensión. Y lo han hecho con una participación elevadísima, el 84,6%, sin precedentes no solo en Escocia, sino en todo el Reino Unido, desmintiendo la opinión generalizada de que la política ya no interesa a la ciudadanía. La política sí interesa cuando hay que tomar decisiones fundamentales. Pero la opción de los escoceses no solo afectaba a Escocia y al Reino Unido, también a Europa y, particularmente, a España y a Catalunya, que deben también sacar conclusiones de lo sucedido.

En su organización y desarrollo, el referéndum escocés ha sido modélico, como lo han sido las reacciones de David Cameron y Alex Salmond. Al ministro principal escocés no le quedaba más que aceptar dignamente la derrota y anunciar el sacrificio personal de su dimisión. Por su parte, el primer ministro británico pudo reivindicar su apuesta arriesgada al conceder el referéndum y al plantearlo solo con dos opciones de respuesta diciendo, con razón, que las grandes decisiones hay que afrontarlas y no eludirlas. El Reino Unido, pues, no se rompe, pero el que sale de este referéndum histórico será a medio plazo muy distinto y no está claro que vaya a ser más fuerte, sino todo lo contrario. Escocia tendrá el aumento de competencias -no totalmente especificadas- al que se comprometieron los tres principales partidos británicos y ya hay un calendario fijado para ello. Pero lo más importante serán los cambios que se apuntan en el horizonte en el resto del país. Demostrando una gran rapidez de reflejos políticos, Cameron anunció la devolución de más poderes a Gales e Irlanda del Norte, así como la recolocación de Inglaterra en esta nueva estructura administrativa. Esto es un proceso constituyente en toda regla y no va ser nada fácil sacarla adelante. Y esta dificultad, en un momento en que abundan las pulsiones populistas y el antieuropeísmo, así como la debilidad de los partidos políticos en el interior, y los grandes desafíos en el exterior (Ucrania y el yihadismo) es lo que puede acabar debilitando el nuevo Reino Unido que Escocia ha alumbrado.

En cuanto a las repercusiones en Catalunya, un rasgo diferencial es que desde aquí se interpreta que nadie ha perdido y todos han ganado. Pero si esa interpretación es falaz tras unas elecciones, más lo es después de un referéndum. Sin  embargo, cuando el soberanismo catalán interpreta que Salmond ha ganado pese a la derrota del , porque ahora Escocia obtendrá la devolución de competencias con la que en principio el líder independentista se conformaba, la pregunta es inmediata: ¿es posible aún que los partidos soberanistas acepten negociar una tercera vía para Catalunya, que no de otra cosa se trata lo que se pondrá ahora en marcha en el Reino Unido? Las primeras reacciones de Mariano Rajoy y de Artur Mas no invitan al optimismo. El presidente del Gobierno se limitó, en una declaración grabada, a felicitar a los escoceses, sin la menor referencia al conflicto político que plantea Catalunya. El president, por su parte, señaló que la vía escocesa es "el camino, el buen camino, el único camino" para resolver el problema.

Pero la vía escocesa no es la elegida por la Generalitat ni, por supuesto, por el Gobierno central. Rajoy solo se ha refugiado en la ley, sin buscar salidas políticas al problema, pero Mas, tras una reunión de dos horas en el 2012 en la que encajó la negativa al pacto fiscal, adelantó unas elecciones que le dejaron más debilitado, dependiente de Esquerra y de las movilizaciones, y sin capacidad de maniobra. El Parlament aprobó ayer la ley de consultas, que permitirá a Mas convocar la del 9-N. Ambos actos serán recurridos por el Gobierno ante el Constitucional, que impedirá la votación. Pese a las lecciones de Escocia, los próximos pasos confirmarán que los caminos por los que circulan Rajoy y Mas no conducen a la salida del atolladero. Hay que pedir respeto a la ley, pero también voluntad de diálogo y altura de miras.