La lección diaria de la calle

Un titular de este diario me salta a la vista: La calle como gran inspirador de humanidad. Corresponde a un artículo-reportaje de Carme Escales que nos sitúa en Sant Boi, en la barriada de Marianao, en los años 60. Quien se explica es José Torrico, hijo de unos padres que llegaron de Córdoba y que encontraron trabajo en Catalunya. Y dieron un paso decisivo: a través de la escuela popular de adultos comenzaron a vincularse a la asociación de vecinos del barrio.

No reproduciré, claro, todo lo que explica José Torrico, que estudiaba de día y trabajaba de noche, proyectaba cómo transformar un entorno social y hace pocos años fue nombrado director de la Fundación Marianao. El reportaje me ha parecido magnífico. Pero no lo he de resumir aquí. Confieso que si hablo de él es, en buena parte, gracias al titular, en el que se considera la calle como inspirador de la humanidad.

Del mismo modo que se puede ser un amante de los espacios vírgenes, de los caminos solitarios, de las masías rodeadas de campos, también se puede ser amante de las calles. Yo soy uno de ellos. Más allá de defectos o inconvenientes concretos. Puedo decir que yo tengo «mi calle» aunque sea «nuestra» calle. La masía es particular, la calle es compartida. Nadie es el dueño de una calle.

Cuando el diccionario dice que una calle es un espacio público no edificado, bordeado de casas o de paredes, que hace de camino para ir de un lugar a otro, tiene razón. Pero una calle puede ser más. Una calle es, también, un espacio de convivencia. Buena o mala, podría decirme alguien. En cualquier caso, es una construcción de humanidad, y el señor Torrico lo sabía cuando, años atrás, impulsaba la vida en las calles de Marianao.

Podríamos decir, para precisar un poco más, que la calle constituye una construcción social. Es la admisión de los demás, que tenemos muy cerca, con toda su enorme diversidad. Una práctica de la tolerancia.