Las tiendas del barrio y las cadenas

Leo en este diario que Turrones Vicens ha abierto una tienda en el Quai de la Tournelle, en París. Esta empresa chocolatera catalana ya ha abierto una serie de tiendas propias, y otras en régimen de concesión, en diversas poblaciones. En la fotografía que ilustra la noticia se puede ver el letrero de la tienda: «Nougat te chocolate depuis 1775». Es decir, casi 250 años de existencia. Y este hecho me ha llevado a pensar en el nacimiento, la vida y la muerte de las tiendas. Y en la palabra 'tienda', que si no me equivoco tiene la raíz en el griego, o bizantino, 'apotheke', que es fácilmente identificable con el catalán 'apotecari' y el castellano boticario.

Con el tiempo, la palabra 'tienda' se ha popularizado en catalán y se ha aplicado a todos los establecimientos en los que se venden diversos artículos. Y no sé por qué, años atrás, la palabra 'tendero' fue pronunciada con un tono más bien despectivo por algunos elitistas. Hecho difícil de entender en una sociedad como la catalana, que se dedica fructíferamente al comercio. Y ahora que he escrito la palabra 'comercio', pienso que rebajar el valor de una obra –literaria, artística– con la calificación de comercial es absurdo, especialmente cuando la lengua catalana necesita –como cualquier lengua– estar presente en todos los ámbitos .

Yo tengo simpatía por los tenderos, aunque no los encuentro en mi historia familiar. Pero siento un gran respeto por los comerciantes, porque, como explica la etimología, comerciar significa negociación. Es decir: yo ofrezco y tú decides. Una tienda es el escenario de un diálogo sin palabras entre los objetos expuestos y el visitante que mira.

Hasta que, un día, esa puerta ya no se abre. En mi calle hay bastantes persianas metálicas bajadas. Las modestas tiendas familiares dependen a menudo de unos hijos dispuestos a vivir detrás de un mostrador. Una empresa es un equipo que juega en otra Liga.