La rueda

Las terrazas de París

Los parisinos ocupan los cafés para decir que no se dejarán vencer por el miedo

JOSÉ A.SOROLLA

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El viernes, cuando se cumplía una semana exacta de los ataques terroristas en París, Manuel Valls, con la etiqueta #Parisesunafiesta, lanzó un tuit que decía: «Esta noche, fiel a sí mismo, el pueblo de París está en las terrazas y no cede». Después, la prensa rebajó algo el optimismo del primer ministro. Hubo, lógicamente, menos gente de la habitual en las terrazas de los bares y cafés parisinos, pero esa costumbre no tardará en recuperarse. Porque, ¿qué sería París sin terrazas?

La terraza es una institución. Ni el azote de su pésimo clima -uno de los secretos mejor guardados de Europa porque es igual o peor que el de Londres o Bruselas, de los que todo el mundo se queja— logra impedir la ocupación de las calles en la antesala de los cafés. Una ocupación en sentido literal porque a veces es imposible pasear por las aceras, donde los clientes se agolpan sentados a esas mesitas redondas en las que apenas caben la consumición, el cenicero y el paquete de servilletas. En cuanto el primer rayo de sol apunta en el cielo, los parisinos se lanzan a las terrazas desprendiéndose de la ropa para dorar el rostro, las piernas y los brazos. Pero, como el sol es escaso, las terrazas triunfan sobre todo por las noches, con la gente abrigada hasta las cejas y al calor de las estufas que facilitan la supervivencia.

No es extraño que Twitter, Facebook e Instagram se hayan llenado de mensajes con la etiqueta #Jesuisenterrasse como la mejor manera de que los parisinos les digan a los yihadistas que no se van a dejar vencer por el miedo. Otra forma ha sido agotar en las librerías París era una fiesta, el libro donde Hemingway evocó los recuerdos de su estancia en la capital de Francia en los años 20 del siglo XX. «Si tienes la suerte de haber vivido en París de joven, luego París te acompañará, vayas adonde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue», escribió en una carta Hemingway a un amigo en 1950.