Peccata minuta

Las terrazas de Barcelona

¿No sería más razonable educar a la nocturna clientela a la media voz y al respeto antes que mutilar la noche barcelonesa?

JOAN OLLÉ

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El pasado miércoles volví a uno de mis restaurantes favoritos, la Bodega Sepúlveda, fundada en 1952 por el abuelo de Josep Solà, quien junto a su esposa y sus dos hijas regenta ahora el local. En la Bodega Sepúlveda se come como en casa, pero mucho mejor. Al pedir mesa en la terraza, una de las jefas nos dijo: «Aprovechad, que esto se acaba». Sí, señoras y señores: una terraza que lleva 60 años existiendo se irá en breve al garete porque los del ayuntamiento decidieron hace solo un par de años plantar una parada de autobús justito al lado del toldo, las sillas y las mesas, y la normativa vigente (de Trias, no de Colau) no tolera tal cercanía. ¿Y por qué no cambian de sitio la parada?, me pregunto. Tal arbitrariedad, desgraciadamente, no afecta solo a mis amigos, sino, sin ir más lejos, al bar La Principal de Sepúlveda, esquina con Muntaner, a 20 metros mal contados de la Bodega y a 15 de la estatua del abogado Francesc Layret, siempre rebosante de cacas de paloma.

La Principal es un bar de los de antes, con vermut de la casa, espectaculares berberechos y cerámicas que anuncian bebidas que ya no existen; es decir, el sitio ideal para leer los suplementos dominicales de los periódicos al solete. La diferencia entre este bar y el citado restaurante es que en el chaflán de La Principal caben muchas mesas, muchas más que dentro, con lo que la aplicación de la normativa -que también impide que sillas y mesas toquen las paredes del local- causará un descenso de la parroquia que ha hecho de este histórico local su bar de referencia.

El gremio vecinal

De los 4.700 veladores hoy existentes en Barcelona, una tercera parte están conminados a desaparecer o enanizarse en fecha muy próxima. ¿Por qué? ¿Por qué el exalcalde Trias imaginó una estricta Barcelona capital de Alemania del Sur? ¿Para contentar al siempre quejica gremio de los vecinos? No olvidemos que los que gozan del lujo de una terraza fumándose un prohibido cigarrillo interior también son vecinos.

¿Saben qué les digo? Que ya estoy hasta las narices de plegar velas, como Cenicienta, al caer la medianoche. ¿No sería más razonable educar a la nocturna clientela a la media voz y al respeto antes que mutilar la noche barcelonesa? Y esto lo escribe alguien que vive sobre un bar modernista, turístico y con piano enclavado en una callejuela donde resuena todo y el camión de la basura pasa cuando le da la gana. Ayer su innecesario estrépito nos despertó a la una y media.

Adéu, Barcelona de la bronca y la multa. Me largo a mi querida y madrileña plaza de Santa Ana a tomar la última copa y a brindar por los vecinos que han entendido que si quieren que nadie les moleste, lo mejor que pueden hacer es morirse o largarse al monte.