El segundo sexo

Las prisiones de Eva

El mundo sigue siendo para cientos de millones de mujeres un lugar con cadenas

EMMA RIVEROLA

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Eva nació de la costilla de Adán y no pudo resistir la tentación de tomar la manzana del árbol prohibido y ofrecérsela al varón. Así nació el pecado original y naufragó la preeminencia femenina. No solo nos despojaron del exclusivo poder de la concepción -¿qué importa nuestro útero cuando somos el producto de una costilla sobrante?-, sino que arrastramos el estigma de la pérfida seducción y la falta de voluntad. Creadas por y para el hombre, nacimos encarceladas por los mitos y los credos. Con Eva se erigió nuestra primera prisión; desde entonces, en todas las épocas y en todos los continentes, los barrotes rodean nuestra sombra. Son cárceles distintas, unas más soportables que otras, algunas con grilletes que humillan cualquier aliento de libertad, otras son jaulas de oro, con barrotes invisibles y falsos aires de protección.

Catorce millones de niñas son forzadas cada año a contraer matrimonio. Cada día, 40.000 mujeres menores de 18 años se ven obligadas a casarse en el mundo. 27 mujeres cada minuto. Ahora. Y ahora de nuevo. En este instante una muchacha está mirando al hombre que la violará con la bendición de la ley y la miseria. Ya no regresará a la escuela, ya no volverá a jugar, se convertirá en esclava sexual, en criada de su señor y, dentro de nueve meses, quizá parirá a su primer hijo. Quizá muera. Quizá sus órganos queden dañados para siempre. O quizá sobreviva. Y rezará para que su bebé no sea una niña.

Ahora, despréndete de tu nombre y de tu cuerpo. Te llamas Victoria, eres de Filipinas y has llegado a Kuwait para trabajar como empleada doméstica. O eres Erwiana, indonesia, y fuiste a Hong Kong a probar suerte. O Karunawati, de Sri Lanka, y has elegido Beirut. O te llamas Theresa y acabas de llegar al Reino Unido y ni te imaginas que serás golpeada, insultada, obligada a trabajar 18 horas al día, que dormirás en un camastro, te alimentarás de las sobras, te resultará prácticamente imposible hacer una llamada de teléfono y el sueldo será tan irrisorio que ni te permitirá huir del infierno. Tal vez estás a miles de kilómetros de aquí o tal vez malvives tras una puerta cerrada de nuestras calles. Estés donde estés, eres una víctima de abusos en el trabajo doméstico. No eres una entre mil. Ni siquiera una entre cientos de miles. Hablamos de más de un millón de esclavas domésticas en el mundo.

Según las Naciones Unidas, el comercio de personas constituye la tercera actividad ilegal más lucrativa del mundo, después del tráfico de drogas y de armas. Millones de mujeres y niñas se convierten en esclavas, víctimas del trabajo forzoso y de la explotación sexual. Hace unos meses, la difusión de un vídeo donde un puñado de yihadistas del Estado Islámico se relamía ante la inminente compra de esclavas nos arrastró a un horror antiguo, a una barbarie que creíamos -o queríamos- superada. Pero no había nada sustancialmente nuevo en su gozosa venta de cuerpos. Nada que no esté ocurriendo cada día en todas las calles del mundo. Solo que ellos dieron una calculada visibilidad a un fenómeno oculto, clandestino. Resulta extremadamente difícil poner una cifra a la explotación sexual. Se estima que, como mínimo, 2,5 millones de mujeres y niñas son utilizadas como mercancía en el mercado mundial de la carne. No hace falta mirar a la Siria de los yihadistas o a la Nigeria de Boko Haram, la ONU calcula que en España 48.000 mujeres sufren explotación sexual.

Hay más cárceles. Sin barrotes ni deudas perpetuas. Prisiones en las que la víctima tiene la llave, pero no la voluntad o el valor o el aliento para introducirla en la cerradura y dar el giro de la salvación. Muros insalvables que se fueron levantando al mismo tiempo que ella fue perdiéndose en el laberinto de su agresor. Primero fueron las palabras, hirientes como el filo de una navaja, invisibles como el dolor más profundo. Después llegaron las amenazas, los golpes... En el mundo, un 35% de las mujeres ha sufrido violencia en sus relaciones de pareja. Prácticamente la mitad de las mujeres asesinadas en el 2012 fueron víctimas de familiares. Según un estudio realizado en los 28 estados miembros de la Unión Europa, apenas el 14% de las víctimas de violencia de género denuncia a la policía la agresión más grave sufrida.

Hay más cifras. Unos 120 millones de niñas de todo el mundo han sufrido relaciones sexuales forzadas en algún momento de su vida. Más de 133 millones han padecido algún tipo de mutilación genital femenina. Más de 700 millones de mujeres que viven actualmente se casaron siendo niñas… Son datos escalofriantes. De unas magnitudes casi inconcebibles. El 15 de marzo del 2013, la ONU reconoció por primera vez el feminicidio y exhortó a los gobiernos a poner fin a tanta impunidad. La prisión de Eva sigue siendo la mayor de la humanidad. Un mundo con cadenas para cientos de millones de mujeres. Un silencio infinito tras las puertas cerradas.