El segundo sexo

Las madres poderosas

Querríamos que la genética cambiara para poder conciliar mejor, pero la genética sigue obstinada

NAJAT EL HACHMI

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La naturaleza es obstinada. La biología es terca e impone sus normas. Los cambios que ha vivido la mujer como sujeto social no han hecho cambiar ni un ápice nuestra genética. Hemos creído que sí, hemos pensado que cambiando nosotras, las mujeres, podíamos cambiar nuestra función dentro del reino animal, podíamos ser más independientes de nuestra fisiología.

Estar más emancipadas, tener la firme voluntad de pasar a ser elementos activos y decisorios en el mundo que nos toca vivir, no conformarnos en hacer el papel pasivo de anteriores generaciones de mujeres, habernos incorporado al mundo laboral, poder decidir cómo queremos vivir, ambicionar puestos de poder, querer estar en lo alto de las estructuras decisorias de nuestra sociedad, sean del tipo que sean, no ha hecho cambiar ni un milímetro nuestra genética. Tendremos que admitirlo finalmente: el feminismo no hace que los bebés sean seres más independientes, que dejen de ser criaturas a medio gestar para convertirse en personas que no requieren otro ser imprescindible para su supervivencia como es la madre.

No somos como algunas crías de animales que a las pocas horas de nacer ya se levantan y corren por los campos. Nuestros cachorros se aferran a quien les ha gestado y no es hasta mucho más tarde que comienzan a hacer su vida, de forma lenta y progresiva. Y tampoco hay que negar la obviedad constatada cada vez que vemos a una madre con sus hijos: no es el del padre un papel comparable al de la madre, no lo es ni mucho menos ni lo será nunca. Mejor hacernos a la idea si no queremos seguir dándonos cabezazos contra una realidad que nos desborda a las que siempre hemos pensado que la maternidad puede ser cosa de dos, de madre y de padre. Es una ilusión óptica, nuestro papel es uno y el de nuestros compañeros de crianza es otro. Quisiéramos que la genética hiciera un cambio para permitirnos conciliar mejor, pero la genética sigue obstinada.

Desde que supimos que Susana Díaz estaba embarazada, todas las madres del mundo empezamos a hacernos la misma pregunta, una pregunta que no se ha hecho explícita públicamente porque nadie tiene derecho a ponerse en la vida privada de una mujer que se dedica a la política, y la maternidad es ante todo un asunto particular. Pero este asunto particular en la persona de alguien que representa poder, que representa ascensión del papel de la mujer, que representa modelo y ejemplo para tantas otras mujeres, deja de ser particular por eso mismo.

Miramos a la presidenta y nos preguntamos: ¿y después qué? Después del buen embarazo que ha tenido, de hacer compatible la gestación con la gestión política, ¿qué? ¿Qué pasará con el hijo que nazca? De momento en España ha habido dos casos muy diferentes pero ambos decepcionantes. El peor sin duda fue el de Soraya Sáez de Santamaría, que pocos días después de parir volvía al trabajo como si nada. Su ejemplo servía de hecho para dar un mensaje claro a las madres: si quieres dedicarte a la política, si quieres estar en el mundo laboral, debes renunciar a la maternidad. Si quieres dedicarte a la maternidad es mejor que te quedes en casa con tus hijos. El otro ejemplo de maternidad mediática lo tuvimos con Carme Chacón,que decidió partirse la baja maternal con el marido y que mostró en fotografías bien estudiadas una imagen idílica de conciliación, sabiendo como sabía que lo suyo era solo un espejismo. Ahora Susana Díaz se ha pronunciado y ha dicho que hará lo mismo que Chacón, muy original, muy políticamente correcto. Su pronunciamiento seguramente tiene que ver con la interpelación conmovedora que le hace una madre bloguera en un post titulado Espero no verte después de dar a luz. El texto resume todo lo que pensamos muchas mujeres en plena crianza ante casos como los de la presidenta y hace especial hincapié en el hecho de que la renuncia a la baja por parte de mujeres poderosas que son ejemplo y referente es un flaco favor al resto de madres.

Lo cierto es que las dieciséis semanas de ahora son miseria y compañía. El cuerpo apenas si ha vuelto a donde solía, las hormonas están descontroladas, muchas mujeres sufren depresión, los bebés nos necesitan las 24 horas del día y tienen la mala costumbre de alimentarse directamente de nuestros pechos, doloridos de hacer sus funciones. Pero renunciar a la lactancia no es ninguna solución, aparte de no ser nada recomendable por motivos de salud tanto para el hijo como para la madre. Preguntadle a madres de todo el mundo, la biología así lo ha establecido: los bebés no quieren separarse, las madres quieren estar con sus hijos. Más tarde ya será más fácil hacer esta separación, no lo será nunca del todo pero será muy diferente cuando nuestros hijos puedan caminar, correr, hablar y expresar así sus necesidades. Cuando nos puedan decir que no quieren que nos vayamos, entonces ya habrán dejado de ser seres medio gestados.