MI HERMOSA LAVANDERÍA

Las guerras del pelo

ISABEL COIXET

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En el año 2001, Hillary Clinton hizo un sarcástico discurso sobre el pelo de las mujeres: "Presta atención a tu pelo, porque tu pelo envía mensajes a la gente que tienes a tu alrededor sobre tus esperanzas sobre el mundo y tus sueños". El discurso era una respuesta a ciertos comentaristas políticos que se preguntaban por qué Hillary Clinton seguía empleando tan mal el secador desde su época de primera dama. Si empleamos la analogía de Hillary, poca esperanza y pocos sueños tienen las mujeres que, quieran o no, tanto en el mundo islámico como en el judío ortodoxo, se ven forzadas a cortarse o cubrirse el pelo, no vaya a ser que a algún hombre le entren pensamientos impuros y le arruine el rato de oración.

Pasando por Crown Heights (Brooklyn), veo a las mujeres jasídicas con sus pelucas empujando un cochecito y dando la mano a dos niños más que ya llevan los ricitos a los lados debajo del gorro. Me pregunto si se quitan las pelucas para dormir o si tienen pelucas de verano y de invierno. Me pregunto si se afeitan el pelo con maquinilla o con cuchilla. Me pregunto si a nadie se le ha ocurrido que quizás es una tradición que convendría eliminar. Y qué se siente cuando, de niña, ves a tu madre afeitarse la cabeza cada dos semanas, como si el pelo de una mujer casada fuera la antesala del infierno.

En el metro, de vuelta a casa, hay mujeres musulmanas completamente cubiertas de la cabeza a los pies. Son mujeres, pero podrían ser otra cosa: un buzón, una silla, un perchero o un armario. El mismo objetivo que en el judaísmo ortodoxo: tu pelo es impuro, tú eres impura. Y tu cuerpo es el campo de batalla de todas las lujurias, escóndelo y escóndete. Lo opuesto al eslogan de L’Oréal: porque tú no lo vales. Según las numerosas escuelas de pensamiento islámico, cubrirse el pelo y el cuerpo es algo liberador. El día que vea a los hombres llevando chador y siendo castigados cuando se les escapa un mechón de pelo, quizás me lo crea.

En mi cuarto de baño hay un cartel que dice: "¿Cómo voy a manejar mi vida si no puedo manejar mi pelo?". Es el testigo de mis múltiples batallas entre mi cabellera desbocada y los cepillos. Mi pelo se enreda un segundo después de haber pasado una hora desenredándolo cuidadosamente. Como si unas manos ajenas y maliciosas se divirtieran formando nudos sin cuento para fastidiarme la mañana y el día. A la que me descuido, tengo unas rastas tremendas en la nuca que, aunque suene a exageración, me parecen una prolongación de los líos que a veces se forman dentro de mi cabeza. Y, sin embargo, me siento incapaz de cortármelo. De alguna manera, mi pelo me protege y me cobija. Mi flequillo es una pantalla frente al mundo. Pero un marco también para encuadrar mejor a los demás.