mi hermosa lavandería

Las flores machacadas

dominical 583 seccion coixet Le jardinier, de Gerorges Seurat

dominical 583 seccion coixet Le jardinier, de Gerorges Seurat / periodico

ISABEL COIXET

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Bijan Ebrahimi vivía solo con un gato blanco con manchas de color caramelo. Tenía una modesta pensión de invalidez a causa de una lesión en la columna vertebral que le provocaba continuos dolores. La jardinería era su pasión: se ocupaba con mimo de los parterres de la comunidad de vecinos e intentaba tener siempre en su casa flores frescas, que él mismo recogía. Le gustaban las margaritas, las azaleas y las petunias. Y, tras muchos intentos, había conseguido que crecieran en el modesto patio de su comunidad, en Capgrave Crescent, Brislington, Inglaterra.

Todo empezó el día en que una banda de adolescentes empezó a mearse sistemáticamente en las flores de Bijan. No sirvieron de nada las protestas del hombre. Al día siguiente los jóvenes destrozaron los parterres completamente. Bijan empezó a hacer fotos con su teléfono para denunciarlos a la policía. Uno de los vecinos (que detestaba al hombre por ser extranjero) empezó a gritar desde una ventana “¡pedófilopedófilo!”. Otros vecinos (y los autores de la destrucción de las flores) se unieron al grito sin entender que lo único que Bijan hacía era registrar con su teléfono a los gamberros. Alguien llamó a la policía, que acudió y, sin escuchar las explicaciones de Bijan, no detuvo a los vándalos sino al propio Bijan. Lo tuvieron dos días en un calabozo, pese a que requisaron su teléfono y registraron su casa y no encontraron ningún indicio de la supuesta pedofilia, aunque sí varios tratados y revistas de jardinería. Lo soltaron.

Pero los rumores sobre él empezaron a crecer de manera desbocada y, aunque nadie tenía la más mínima prueba contra él, empezaron a insultarle constantemente y a lanzar basura a su puerta. Y tan solo dos días después de que regresara a su casa, cuando se dirigía a comprar semillas, cruzando el patio al que se abrían los edificios de la comunidad, dos hombres de 23 y 26 años, respectivamente, le atacaron y le empezaron a golpear hasta dejarle inconsciente. Después, le rociaron con gasolina y le prendieron fuego hasta que murió. Ninguno de los 160 vecinos de los cuatro edificios salió en su defensa o llamó a la policía o ni siquiera gritó de espanto. El crimen fue perpetrado a plena luz del día. La policía acudió varias horas después. Detuvo a los culpables, que confesaron casi con orgullo el asesinato. No era la primera vez que eran detenidos por causar altercados y tomarse la justicia por su mano. Se autocalificaban de “vigilantes”.

Entrevistados por diversos medios, algunos vecinos han proclamado su disgusto por el incidente y han manifestado su deseo de “cerrar un triste capítulo en la vida de la comunidad” y “pasar página”. No han transmitido ni individual ni colectivamente sus condolencias a la familia de la víctima.

Nadie ha vuelto a ocuparse de las plantas, pero una vecina ciega se ha hecho cargo del gato.