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Las equivocaciones afortunadas

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DAVID TRUEBA

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Mis amigos lo llaman ‘hacer un blitz’. Por culpa de una novela que he publicado este año y que comenzaba con un mensaje de móvil que una chica enviaba a su novio por error cuando iba dirigido a su nuevo amor. 'Hacer un blitz', decimos entre nosotros, a modo de guiño, cuando alguien cuenta en el grupo otra equivocación al mandar un mensaje o un correo electrónico. El asunto es complejo. Habitualmente, cuando uno escribe sobre alguien, la tendencia incontrolada es enviar el mensaje a ese alguien, porque está colocado en la puerta de tu cerebro. Hablas de alguien en concreto, piensas en él, luego parece lógico enviarle el mensaje. Un conocido envió a su propia esposa este mensaje, después de acompañarla a un avión en el que se iba de vacaciones con los niños: “Por fin libre, ya se ha ido esta pesada con los niños”.

A partir de esa anécdota, un montón de amigos me cuentan sus 'blitz'. En el trabajo, dos amigas discuten por correo electrónico sobre una tercera a la que no soportan, con tan mala suerte de que le envían copia de la conversación. Otro amigo director de cine está a punto de contratar a un actor, pero envía un mensaje a su productor con comentarios despectivos sobre el actor, con el descuido de enviárselo al actor y no al productor. La lista es tan larga que cuando contamos las anécdotas reunidas no hay manera de terminar. En todos los casos se produce ese factor que Freud llegó a teorizar como el 'acto fallido'. Alguien comete un error y en ese error se eleva una sinceridad mayor que en todos sus aciertos. Olvidas algo, se te cae algo, rompes algo y las implicaciones psicológicas apuntan a una oculta voluntariedad. ¿Por qué no con los mensajes a destinatario equivocado va a suceder lo mismo?

Y en esas andábamos con mis amigos cuando uno de ellos contó una serie de ocasiones en que el mensaje a destinatario erróneo propició algo positivo. Esos compañeros de trabajo que hablan mal del jefe en sus mensajes y al llegarle al jefe no solo no los echa de la empresa, sino que propone los cambios que ellos sugerían. Una chica se ha citado dos veces con un chico y al volver a casa escribe a su amiga íntima que él no ha dado ni un paso. “Yo creo que no le gusto”. Por error se lo envía al chico, luego se disculpa, pero en la siguiente cita él la besa nada más llegar al café. Por todo ello, un amigo ha puesto en marcha otra estrategia. Envía mensajes supuestamente equivocados para darse el lujo de ser sincero. Fingiendo un error de envío, le dice a la gente que le rodea lo que piensa. Y, amparado en ese limbo que proporciona el error impensado, ha logrado reconducir relaciones, recuperar amistades que se estaban quebrando y salvar un viejo amor que había caído en el rencor. Mi amigo ha llegado a la conclusión de que los errores pueden ser una bendición, tanto que está forzando la máquina y puede que pronto alguien desvele su estrategia. Pero, más allá de eso, vuelve a recordarnos que no hay equivocación que no pueda traer asociada una bendita redención.