Las entrañas del poder

OLGA GRAU

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Imaginen una empresa con más poder que muchos Estados con 597.800 empleados directos y varios millones de forma indirecta. Una multinacional cuyos beneficios anuales sumen 11.068 millones de euros, con una facturación de 202.458 millones de euros (superior al PIB de Catalunya, 199.786 millones de euros, y un poco inferior al de Dinamarca, 257.753 millones).

Una compañía participada en un 20% por un país que es la cuarta economía mundial tras EEUU, China y Japón, y que dicta además las normas que rigen la Unión Europea. Una empresa que lidera un sector industrial que supone el 20% de las exportaciones de ese país.

Ese gigante se llama Grupo Volkswagen, su sede está en la ciudad alemana de Wolfsburg, en sus entrañas se cuentan marcas comoPorsche, Lamborghini, Volskwagen, AudiSkoda, y Seat, y es el autor del mayor fraude perpetrado en la industria del automóvil tras reconocer la manipulación sistemática y masiva de cómo mínimo 11 millones de coches en todo el mundo para maquillar las emisiones de sus motores diésel.

El escándalo es tan mayúsculo que la única manera de entender cómo se ha podido engañar a la sociedad durante tantos años lanzando humos contaminantes a la atmósfera por encima de lo permitido a costa de la salud y el bolsillo de los contribuyentes es recurrir a la teoría de la conspiración al más elevado nivel.

La Comisión Europea (CE) ha reconocido que desde el 2010 sospechaba que el sistema de pruebas de  emisiones no era fiable, pero decidió hacer la vista gorda. El Gobierno alemán, accionista del consorcio, también giró la cabeza hacia otro lado. Algunos proveedores, como la también firma alemana Bosch, han reconocido que ya alertaron de estos sistemas de trucaje en varias ocasiones. Los sindicatos que están en el consejo de supervisión del conglomerado industrial también callan porque su prioridad ha sido siempre el empleo por encima de la ética.

El papel que están teniendo las autoridades europeas es revelador. Bruselas no solo no ha tirado de las orejas a Alemania si no que no ha iniciado una investigación formal bajo el pretexto de que es competencia de los Estados miembros. Tampoco es casualidad que el escándalo se haya descubierto en EEUU, donde las instituciones encargadas de investigar las malas prácticas son más agresivas que en Europa, pero donde existe un poderosos lobi capitaneado por General Motors y Ford cuyo mercado está siendo fuertemente atacado por los diésel alemanes. El Volkswagengate no se ha destapado por casualidad y tristemente sirve para recordar cómo los tentáculos de poder crean y ocultan la corrupción con la complicidad de todos.