Las corridas no volverán

No existe en Catalunya un movimiento social que reclame volver a ver sangre en la arena los domingos por la tarde

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AÏDA GASCÓN

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Las corridas de toros no volverán a Catalunya, y lo dice una fedataria que ayudó a recoger esas 180.000 firmas -más del doble de las legalmente requeridas- para que en el 2008 entrase en el Parlament la iniciativa legislativa popular que acabó con un espectáculo que nos avergonzaba a una gran mayoría de la sociedad catalana y que sigue avergonzando a una gran mayoría de la sociedad española. Si finalmente el Tribunal Constitucional dicta sentencia a favor de anular la ley catalana que prohíbe las corridas, tropezará con la indiscutible potestad de la Generalitat, que podría regular este espectáculo poniendo tantas trabas y condiciones imposibles que llegarían a quitar las ganas hasta del empresario más empecinado en seguir perdiendo dinero en la Monumental de Barcelona.

«Los toreros deberán lidiar a las reses con armadura, casco con pluma lateral, visor y cresta alta, y escudo de legionario romano con tal de garantizar su protección vital», podría dictaminar el nuevo reglamento de espectáculos taurinos de Catalunya que habría que redactar. Aunque preferiría un articulado más fiel a la gloriosa y afamada lucha del cuerpo a cuerpo entre la bestia y el hombre: «Los toreros lucharán contra el toro en igualdad de condiciones, completamente desnudos, o si lo prefieren, con tutú rosa». Y para ser justos con todos los participantes, el reglamento debería indicar que antes de empezar el festejo la res participante tuviera que firmar de puño y letra un documento en el que se comprometiera a estar en pleno uso de sus facultades físicas y mentales para poder participar en el espectáculo. Y el caballo también.

Nadie reclama ver sangre

Y es que  ¿por qué deben volver las corridas de toros a Catalunya cuando nadie las ha echado de menos estos últimos seis años? No existe un movimiento social que reclame volver a ver sangre en la arena los domingos por la tarde. Ya hacía muchos años que la tauromaquia barcelonesa sobrevivía a base de turistas que venían engañados. Rusos, japoneses, chinos, italianos y algunos ingleses, muchos de los cuales salían horrorizados -y a veces incluso vomitando o llorando- al presenciar la dantesca imagen de un toro moribundo escupiendo sangre mientras la gente aplaudía. Quienes están detrás, y muy detrás, de la cabezonería de imponer esta lacra son esos mismos que llevan la «defensa de la tauromaquia» en su programa electoral. Esos mismos con quienes militaba -¡qué casualidad!- el actual presidente del Tribunal Constitucional. Esos mismos que, por cierto, gastaron 6.000 euros en corridas con las famosas tarjetas black.

Tienen miedo. Miedo a una sociedad cada vez más sensible y justa. Catalunya fue la brecha, y ahora otras comunidades, como Galicia, el País Vasco o Baleares, están iniciando procesos similares -o incluso están completamente inmersas ya en ellos- de abolición de la tauromaquia. Los toros están empezando a dejar de ser un símbolo de España, y si es necesario Catalunya se pondrá más brava que nunca.