Las causas y los efectos

François Hollanderançois  ha decretado la guerra contra el islamismo radical y, al parecer, buena parte de los franceses le secunda en ese empeño. Con el ataque a Charlie Hebdo en la memoria, el horror provocado por los atentados del viernes y el miedo a que se repitan ha llevado a muchos de nuestros vecinos a aceptar soluciones que contradicen los principios de la acción política de la Francia republicana y democrática. Y que abren un camino que nadie sabe a dónde conduce.

Criticar desde fuera esa deriva es arriesgado. Porque hay que estar en la piel de los franceses y de sus dirigentes para entender cuáles son en estos momentos sus prioridades. Porque se desconoce el alcance del plan de Hollande, no se sabe cómo va a articularse, en el plano interno y en el internacional, y no cabe excluir modulaciones del mismo a medio plazo. Y también por la especificidad de la situación política francesa, en la que la ultraderecha xenófoba podría ascender al poder enarbolando la bandera de la venganza. Reducir ese riesgo -y, de paso, impedir su derrota electoral- podría ser una de las intenciones del presidente francés.

Es obvio que las reacciones securitarias frente al terrorismo reducen el espacio de la democracia. Pero, ¿qué calidad tiene una democracia en la que el miedo ocupa un lugar prioritario entre los sentimientos de la gente?

Es también cierto que la necesidad de actuar sin dilaciones olvida muchos de los motivos que están en el origen y en la extensión del terrorismo islamista. Entre ellos figura la desdichada actuación de las potencias occidentales en Oriente Próximo. No habrá paz mientras no cambie ese escenario. Pero, ¿qué hacer mientras tanto? ¿Es razonable limitarse a invocar las causas del desastre y rechazar las acciones destinadas únicamente a impedir los efectos que sus secuelas están teniendo sobre nuestros compatriotas?